En un país acostumbrado a callar voces a diestra y siniestra, estamos nuevamente frente a un panorama que nos exige alzar la voz, pero también detenernos un momento a repensar nuestros odios, nuestras posiciones más viscerales y nuestra anhelada esperanza de aquella promesa eterna de un cambio que pareciera imposible: vivir aquí y convivir en paz.