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Temporada 8 Al Aire - Episodio 2 No Rules Clan

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Tenemos que hablar y esta vez no es de música

  • Foto del escritor: Sudakas
    Sudakas
  • 9 jun
  • 4 Min. de lectura

En un país acostumbrado a callar voces a diestra y siniestra, estamos nuevamente frente a un panorama que nos exige alzar la voz, pero también detenernos un momento a repensar nuestros odios, nuestras posiciones más viscerales y nuestra anhelada esperanza de aquella promesa eterna de un cambio que pareciera imposible: vivir aquí y convivir en paz.

Quizás les resulte extraño, tanto como a mí, leer en Sudakas algo que no tenga que ver con música latinoamericana. Sin embargo, ante los recientes hechos de violencia que se han tomado la conversación nacional tras el atentado contra el precandidato presidencial colombiano Miguel Uribe Turbay, se vuelve necesario reflexionar sobre lo que esto significa para un país en el que la violencia nunca ha parado y donde día a día, no solo se amenaza y atenta, sino que se asesina a líderes sociales, activistas ambientales, ex-combatientes firmantes de paz y líderes comunitarios, lamentablemente sin la misma repercusión, sin el mismo cubrimiento y sin el mismo repudio que despertó este caso reciente, como si hubiese vidas que valen más que otras, como si esas mísmas víctimas no fueran también padres, madres, hijos, hijas, sobrinos, sobrinas, tíos, tías, hermanos, hermanas, amigos y amigas. 


Uno puede no compartir las posturas políticas de Miguel Uribe Turbay,  pero como dice Alejandro Dugand, director de la Liga Contra el Silencio, “ni su peor idea —la más torpe, la más nociva, la más violenta, la más retrógrada y conservadora— lo hacía merecedor de un tiro en la cabeza”. 


Que lo primero que genere el atentado contra Miguel Uribe sea sospecha en vez de repudio, habla de una sociedad enferma, indolente y polarizada, víctima en gran parte de los discursos de odio, irónicamente promovidos durante décadas por la misma derecha. Todo lo que rodea este acto da lástima. Lástima por el discurso del Presidente, pero también lástima por quienes planearon utilizar este hecho para sembrar miedo en un momento pre-electoral, como si la única manera de ganar elecciones fuese a punta de más violencia y más odio. Lástima por aquellas personas que van a ser víctimas de la desinformación y la manipulación después de esto, y por aquellas que a modo de karma han sacado los pronunciamientos de Miguel Uribe frente a los asesinatos de Dilan Cruz y de Rosa Elvira Cely. Lástima por los candidatos que creen que se van a beneficiar de esto, y por el mismo Miguel Uribe que fue usado como carne de cañón para potenciar el discurso de una derecha que no es capaz de llegar a las urnas con argumentos e ideas, sino con miedo y manipulación. Y claro, lástima de nosotros mismos que hemos tenido que crecer en medio de una historia de violencia cíclica y estamos condenados a no poder hacer nada para cambiarla, porque hay un poder superior manejando las narrativas y el odio entre nosotros y las esquinas que representemos.


Este hecho lamentable más allá de reafirmar los odios de un país polarizado, debería empujarnos también a la reflexión de esas otras vidas que se arrebatan a diario en los territorios, lejos de las capitales y las plazas públicas, allí donde no llega ningún candidato, pero que de igual manera está siendo un territorio en disputa que le cuesta la vida a defensores de derechos humanos, ex-combatientes, firmantes de paz, líderes sociales y activistas ambientales, que no tienen la suerte de ser trasladados en ambulancias que aparecen milagrosamente, y que muchas veces mueren en silencio, lejos de las cámaras y los recintos institucionales, lejos de los esquemas de seguridad y el seguimiento de los medios de comunicación. Para todos esos casos repudiables de violencia la pregunta en últimas sigue siendo la misma: ¿Hasta cuándo?


¿Hasta cuándo hacer política en este país va a seguir siendo una constante amenaza a la vida? ¿Hasta cuándo se va a extender el ciclo de violencia que se dispara previo a cada etapa de elecciones? ¿Hasta cuándo vamos a exterminarnos entre nosotros mismos porque pensamos diferente? ¿Hasta cuándo vamos a culpar al de la orilla contraria sin siquiera detenernos un segundo a ver si hay alguna esperanza en el diálogo, en ceder, en llegar a puntos de convergencia? ¿Hasta cuándo vamos a ignorar las vidas que se arrebatan a diario y que por no ser el hombre blanco, de la capital, con una posición de poder, terminan siendo completamente ignoradas, como si sus luchas, muchas veces justas, no importaran, como si sus vidas valieran menos por no venir de una familia de la élite o con cierto apellido? ¿Hasta cuándo vamos a extender esa sed de venganza? ¿Hasta cuándo nos vamos a dejar manipular por políticos oportunistas que quieren sacar ventaja de algo tan doloroso como un atentado? ¿Cuántas generaciones más van a tener que vivir estos ciclos de violencia?


A Miguel Uribe le atentaron, irónicamente, luego de pronunciar en su discurso que consideraba que “el colombiano de bien que considere la necesidad de tener su arma, lo pueda hacer”, y esa es quizás la moraleja de todo este asunto y es que la violencia solo llama más violencia, la muerte más muerte, el odio más odio. Esta vez fue un niño de 14 años empuñando un arma, ¿qué nos espera a futuro en un país donde triunfen esas propuestas de tener a la mano algo que le quite la vida a otra persona solo porque opine diferente? ¿Estamos condenados a creer que la única esperanza de vivir en este país es desapareciendo al otro, callándolo? ¿Acaso no nos estamos dando cuenta de lo patéticos que se ven los de la derecha que defienden el g3n0c1d1o en Gaza repudiando el atentado contra Uribe Turbay? ¿Acaso no nos estamos dando cuenta de lo incoherentes que se ven los de la izquierda que defienden la vida y el cambio, celebrando este hecho? ¿Acaso estamos tan enfermos como sociedad que creemos que la violencia, el miedo, la manipulación y la muerte son la única salida? 


¿Ustedes qué opinan?


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