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Temporada 8 Al Aire - Episodio 2 No Rules Clan

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Donde nace el Océano: Crónica de un encuentro musical entre el Pacífico y Atlántico

  • Foto del escritor: Juan Sebastián Barriga Ossa
    Juan Sebastián Barriga Ossa
  • 28 abr
  • 28 Min. de lectura

Ritmo de dos Mares es un proyecto que junta los saberes, la cultura y la música de Portobelo en Panamá y Tumaco en Colombia, a través de un disco colaborativo entre La Escuelita del Ritmo y Bejuco. Esta es la primera parte de la construcción de este proyecto.

Primera Parte: La agrupación colombiana Bejuco viajó durante siete días a Portobelo, Panamá para vivir una residencia artística junto a Escuelita del Ritmo y así sumergirse en la cultura de esta bahía llena de historia y misticismo.   


Son aproximadamente las nueve de la noche y una tormenta cae sobre el zigzagueante camino que conduce al pequeño pueblo de Portobelo. Está finalizando octubre y en esta

región del norte de Panamá todos los días llueve de una forma tan intensa, que uno se siente diminuto ante la inclemente fuerza de las gruesas gotas que caen sobre las casas de colores que pintan el paisaje de esta calurosa zona caribeña. El duro clima hace que la electricidad sea intermitente y lo único que ilumina el camino son los faros de la furgoneta blanca conducida por Ángel, un hombre silencioso de prominente barriga; y los rayos que pintan de azul y negro a este rincón del planeta de una forma tan poética, que si uno tiene suerte, por una fracción de segundo puede ver a la Bahía de Portobelo aparecer en el corazón de la tempestad, como una foto en negativo bañada por los truenos y las sombras.


Esta imagen, hermosa y caótica, define muy bien a esta bahía caribeña de agua color esmeralda y laderas frondosas adornadas por antiguas murallas y cañones que todavía apuntan al horizonte, como si estuvieran defendiendo la memoria de un pasado lleno de contrastes. 


Precisamente la luz y la sombra son la esencia de Portobelo, un lugar que se construyó a base de codicia y caprichos imperialistas, pero que prosperó gracias al amor, al sentido de comunidad y al ímpetu de la libertad. Este pueblo vivió el yugo de los conquistadores, la violencia de flotas navales y barcos piratas, el flagelo de la esclavitud, la decadencia de las cirsis económicas y la esperanza de la rebeldía. Todo esto, y mil cosas más, se juntaron en una cosmovisión que generó un patrimonio inmaterial de la humanidad bautizado como Cultura Congo, manifestado principalmente en el baile y la música, pero realmente, más que ser una expresión artística y cultural, es una forma de habitar el planeta. 


Aquí, frente al mar que golpea gentilmente los muelles, entre el 26 de octubre y el 2 de noviembre de 2024; cuatro integrantes de Bejuco, agrupación musical creada en 2015 en Tumaco, Colombia que explora el sonido de la marimba y la herencia afro pacífica; se juntaron con varios miembros de La Escuelita del Ritmo; uno de los proyectos culturales, pedagógicos, comunitarios y sociales impulsados por Fundación Gladys Palmera, con el apoyo de Fundación Bahía de Portobelo como aliado local; para hacer parte de Ritmo de Dos Mares: un intercambio cultural entre el Pacífico colombiano y el Caribe panameño, que generó un diálogo sonoro entre músicos de dos latitudes separadas por kilómetros de mar y tierra; pero unidos por una raíz sonora, una historia en común y por el cuero del tambor. 


Esta residencia artística quedó plasmada en tres canciones: “En el agua salá”, un corte cuya base es el Congo que habla de esa conexión tan profunda que ambos grupos tienen con el mar; “A la orilla”, una canción que suena a el Pacífico y trae un canto de amor y esperanza complementado con el sabor antillano; y “Soy yo”, el resultado del juego creativo, la complicidad y la camaradería de este viaje sonoro; que en 2025 formarán parte de un álbum producido por el sello colombiano Discos Pacífico, el cual a través de las voces de estos artistas, canta una historia que viaja entre épocas y latitudes para hacernos bailar, disfrutar y reflexionar acerca de la riqueza de nuestro presente y del poder de la música.


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EL PUENTE DEL MUNDO


Mucho antes de que el 20 de marzo de 1597 Francisco Velarde y Mercado fundará San Felipe de Portobelo; antes de que el 2 de noviembre de 1502 Cristóbal Colón en su cuarto viaje a América se encontrará con esta bahía y la bautizará Porto Bello; y mucho antes de que los pueblos Cuevas, Coclé y sus antepasados caminaran por todo el territorio que hoy llamamos Panamá, esta zona del planeta era un conjunto de islas volcánicas formadas por el movimiento de las placas tectónicas, que poco a poco y durante millones de años, se fueron uniendo hasta crear el Istmo de Panamá. 


Este fue uno de los sucesos geológicos más importantes de la historia del planeta porque significó el nacimiento del Océano Pacífico y del Océano Atlántico. Esta es la tierra madre que cambió el clima y el paisaje de nuestro mundo y durante siglos ha sido la conexión entre estos inmensos cuerpos de agua y todo lo que en ellos se conjuga. No en vano, fue en esta región donde el imperio español construyó varias de las primeras ciudades de América como: Santa María la Antigua del Darién (1510-1524); Nombre de Dios (1510), el primer puerto del continente; y Portobelo, que reemplazó como puerto a Nombre de Dios por su mejor ubicación.


Durante la colonia, este territorio fue uno de los más importantes del imperio español ya que era un centro de comercio que unía a todo el continente con Europa. Para administrar todo lo que circulaba se construyó la Aduana Real, un edificio burocrático descomunal, actualmente un museo, donde no solo se comercializaban productos sino también esclavos. 


Portobelo fue un punto clave en el desarrollo de la esclavitud porque recibía muchos de los barcos negreros que traían personas arrebatadas de su tierra en África. Se estima que por lo menos 250.000 esclavos y esclavas llegaron por Panamá durante los tres siglos de colonización española. 



Hoy este pueblo de poco más de cuatro mil habitantes pertenece a la provincia de Colón, cuya capital homónima, es la segunda ciudad más grande del país y cuenta con un importante puerto. Muchas de las personas de Portobelo trabajan en esta ciudad a la que se llega luego de un viaje de unas dos horas en unos coloridos buses de los años 70, en cuyas fachadas se ven fotos, luces, dibujos y mensajes inspiradores. En este lugar de playas paradisíacas y verdes manglares, el ritmo de vida es tranquilo y el turismo sostiene a buena parte de la comunidad. 


Pero la temporada de lluvia siempre será baja. Las solitarias calles de Portobelo están cubiertas de un cielo gris y son transitadas por el silencio. Los pocos transeúntes que recorren el lugar van con calma y saludan animados. En el complejo deportivo suenan los batazos de unos jóvenes que practican béisbol, mientras al otro lado del pueblo la quietud es interrumpida por el sonido de los tambores que repican desde el interior del Studio Sabrosura. Este edificio cuadrado pintado de blanco y azul tiene un cuarto lleno de instrumentos separado por una pared enorme y una puerta de madera de la sala de grabación; donde los músicos de La Escuelita del Ritmo y los de Bejuco, trabajan guiados por Diego Gómez (Cerrero), productor y músico, fundador de Llorona Records y Discos Pacífico, quién se encarga de la producción del álbum que saldrá de esta residencia. 


Los ritmos del tambor y la batería son acompañados por la guitarra de Mary Ann Ortíz, una joven mujer de sonrisa amplia y pelo minuciosamente trenzado que llegó a La Escuelita del Ritmo cuando apenas tenía 12 años, impulsada por su madre y gracias a que los servicios pedagógicos de este centro cultural son gratuitos. Aquí se formó en varios instrumentos con los profesores que están grabando este álbum y también da clases a los niños del pueblo.


Su guitarra tiene un ritmo psicodélico muy propio del Caribe. El sonido de géneros como la champeta, el soca, el calipso se sienten en sus acordes que también nos remiten a sonidos africanos como los de las guitarras de la rumba congoleña, los soukous e incluso el estilo Tuareg. Todas estas influencias nacen de la enorme diversidad que caracteriza a la provincia de Colón, la cual se debe a los procesos migratorios que sucedieron, no sólo durante la colonia, sino durante la modernidad.  


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UN TERRITORIO CONECTADO CON EL UNIVERSO


Antes de que el Canal de Panamá se construyera entre 1904 y 1914, en este territorio se realizó una gran obra de ingeniería que unió ambos océanos a través de la tecnología. En 1804 un inglés llamado Richard Trevithick inventó la locomotora a vapor y sentó las bases que le darían impulso al sistema ferroviario y a la revolución industrial. Esta nueva tecnología no solo cambió el paisaje y las dinámicas del mundo, también aceleró el ritmo de vida y para 1850 era una necesidad urgente hacer un ferrocarril trans oceánico en este rincón del planeta. Ese año, la Compañía del Ferrocarril de Panamá comenzó la construcción de una línea férrea en la región donde hoy queda Colón. En 1852 se fundó la ciudad y durante toda esta época llegaron migrantes de países antillanos como: Jamaica, Haití, Cuba, Barbados, Trinidad y Tobago y también de China para trabajar en las obras. 


Todo este intercambio creó una rica cultura que musicalmente se expresa en sonidos como la plena, el típico, también llamado pindín que se toca con acordeón, y más recientemente sonidos como el dembow, el dancehall y el reggae en español; ritmos que cimentaron las bases sobre lo que se edifica hoy el reggaetón. Panamá vio nacer artistas como: El General, Nando Boom, El Chombo, Kafu Banton, Ruben Bládes, Nicolas Aceves Nunez, Silvia De Grasse, Idania Dowman, Catalina Carrasco entre otras voces que han marcado a la música latina. Y además, la costa de Portobelo es hogar de una expresión muy propia, única en el mundo, que marca el ADN de esta región y la vida de sus habitantes: la Cultura Congo. 



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El Congo: La herencia de un pueblo rebelde 


Segunda Parte: A lo largo de toda la Bahía de Portobelo existe una cultura que abarca todos los aspectos de la vida y define la esencia de esta comunidad


Es el cuarto día de la residencia Ritmo de Dos Mares y dentro de la sala de grabación del Estudio Sabrosura de la Fundación Bahía de Portobelo, los tambores cununo y la marimba del Pacífico colombiano van conversando poco a poco con los tambores Congo. Afuera, en la sala de los instrumentos, sentado en una esquina, Juan Carlos Mindinero, mejor conocido como Cankita, escucha atentamente un ritmo afrobeat en su celular. Este músico tumaqueño de semblante sereno y amable, es un hombre de pocas palabras al que siempre se lo ve concentrado y reflexivo. Cankita es marimbero y multiinstrumentista, hace más de veinte años ha estado en contacto con la música y ha formado parte de proyectos como Agrupación Changó. Actualmente es director de Bejuco, creado en 2015 como un laboratorio sonoro que empezó a juntar el ritmo tradicional del bambuco tumaqueño con influencias de la ciudad, su música y sus dinámicas. 


Los experimentos sonoros de este grupo mantienen el formato clásico del bambuco: tres cununos, un bombo, una marimba, varias voces armonizadas y el wasa, todo tocado al ritmo de 6/8; pero le suma la guitarra eléctrica, el bajo, el piano y la batería. Estos juegos musicales comenzaron a darle un nuevo aire a la música típica de la región, que mantiene la tradición pero la lleva a nuevas dimensiones sonoras. Hacia 2018, Bejuco se unió con Diego Gómez y con el artista y gestor cultural Iván Benavídez, quienes le presentaron a la agrupación el sonido del afrobeat de Fela Kuti. Este diálogo sonoro derivó en el Afro Pacifican Beat, también llamado Bambuco Beat, el sonido propio de Bejuco, que une a Tumaco con Nigeria, pero también con Bogotá, con Cali y con todo el planeta. Rap, algo de rock, algo de psicodelia, algo de reggae, algo de experimentación progresiva y muchos juegos sonoros caracterizan esta música hipnótica y conmovedora que quedó plasmada en su álbum debut llamado Batea (2021). 


La concentración de Juan Carlos es interrumpida cuando al fondo del edificio se escucha una voz decir: “¿Cómo no vamos a estar bien?, si está dirigiendo el maestro Cankita”. La voz que le sacó una sonrisa a este artista, es la de Jairo Esquina, profesor de la Escuelita, gestor cultural y líder social de Portobelo. Jairo es alto, delgado y sus largos brazos están cubiertos de tatuajes al igual que algunas partes de su cuello. Su mirada también es seria y, como Cankita, habla poco pero de forma amable, contundente y precisa. Él es heredero de la Cultura Congo, la cual lleva en su sangre. Este legado viene de sus bisabuelos y toda su vida ha estado involucrado con esta cultura. Se puede decir que Jairo empezó a bailar Congo desde que estaba en el útero de su madre.  


Él explica que una de las primeras cosas que hay que entender sobre el Congo es que no se puede definir como una sola cosa. El Congo es algo que se respira, que se siente, que se tiene en la sangre y que expresa de múltiples formas. Sus manifestaciones más conocidas son la música y el baile, pero El Congo también se vive en la pintura, en la talladura, en la gastronomía, en la lengua, en lo espiritual, en la ropa, en la forma hablar y en todo lo que pueda definirse como una expresión del alma. 


La Cultura Congo nace de la tragedia y crece en la esperanza. Cuando los pueblos africanos fueron esclavizados, las personas eran embutidas en barcos negreros que cruzaban el océano. En este infierno había gente de todo el continente que llevaba sus propias costumbres, lenguas y religiones. Muchas veces, lo único que todas estas personas tenían en común era la música. 



Camilo Estacio Marquínez es el miembro más jóven de Bejuco y marimbero de la agrupación. Camilo aprendió los secretos de la marimba en la Escuela de Música Centro Villa Lola de Tumaco y actualmente es docente. Su conocimiento es tan apasionado, que así como logra que las teclas hechas de chonta de su instrumento dialoguen con las guitarras afrobeat y los tambores Congo; puede hacer lo mismo con la velocidad y la distorsión del punk, música que exploró con unos colegas de la ciudad de Pasto. 


Camilo cuenta que la marimba llegó de África, no de forma física, sino en la cabeza de las personas; por eso, para este hombre delgado que usa gafas, este instrumento se debe tocar con mucho respeto ya que: “te alivia el alma con el sonido”.


Esto es una conexión directa con sus antepasados africanos. Una vez que los barcos llenos de esclavos llegaban a puertos como los de Portobelo, las personas eran encerradas en cárceles hechas de palos que parecían corrales. Entre este dolor y muchas veces sin poder comunicarse entre ellos; la música se convirtió en la única forma de alivio. Los cantos, las palmas, las semillas y cualquier material que estuviera disponible para crear un instrumento, empezaron expresar las penas, las alegrías, las devociones y las rebeldías. Entre los bailes, las diferencias fueron borrándose y comenzaron a nacer nuevas culturas que mantuvieron vivo el fuego de los corazones esclavizados, y lo esparcieron por todo el continente, creando así varios de los elementos culturales que hoy configura la identidad latinoamericana. 


En el caso de esta bahía, toda esta riqueza cultural derivó en distintos símbolos y formas de sentir el Congo. Jairo explica que cada una de las localidades que componen Costa Arriba y Costa Abajo, las dos regiones en la que se divide la provincia de Colón, tienen sus propias formas de expresar esta cultura, cuyas prácticas llegan hasta Bocas del Toro. 


Algo que todas las formas de Congo comparten son sus dos ritmos musicales: El corrido; un ritmo más lento y melancólico que se usaba para cantar las penas y las tragedias; y el atravesado, más rápido y energético que se usaba para celebrar y cantarle a la alegría. En una canción Congo, la voz principal pregunta y el coro responde de forma similar a la del bullerengue colombiano. Tres tambores delgados se encargan de marcar el compás: un pujador, también llamado hondo que toca el ritmo; un repicador, o seco, que va jugando con la música; y un bajo. 


Si bien esta música suena constantemente a lo largo de la bahía, durante los carnavales es cuando más intensa es la celebración. Los 20 de enero se iza la bandera blanca y negra de Portobelo y hasta el miércoles de ceniza, todos los fines de semana se baila el Congo. Además cada dos años se realiza el festival de Congos y Diablos que también reúne y celebra este legado. 


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UN CARNAVAL LLENO DE COLOR UNA FUERZA ESPÍRITUAL


Jairo cuenta que la tradición del carnaval nació durante la época colonial. En ese entonces, a las personas esclavizadas se les daban unos días de esparcimiento para que pudieran distraerse y bailar. Esta concesión creativa se convirtió en una válvula de escape para desfogar todos los sentimientos y de pasó desafiar a la autoridad. En forma de burla, los esclavos empezaron a parodiar a sus captores y crearon su propia corte real compuesta por una Reina Congo, que es el centro de la celebración, un Rey Congo que baila con la cara pintada de negro, un sombrero de plumas y un traje adornado con piedras brillantes y lentejuelas; las Mininas, que lucen coloridas polleras; el Pajarito, cuya ropa sule tener dos tonalidad y alas bajo los brazos; entre otros miembros de la corte y elementos que se han ido sumando con los años. Pero sin duda, los personajes más llamativos e intensos de esta fiesta son los Diablos Congo. 


Estos seres juguetones y desenfrenados visten de negro y rojo, usan grandes zapatos y en la cabeza llevan enormes máscaras que muestran muecas y carcajadas tenebrosas. Bejuco conoció a este personaje que incita al descontrol, al baile desenfrenado y al dulce caos en una de las muestras culturales que se realizaron durante los primeros días de residencia. El diablo es una encarnación de la dualidad que nació como una burla a los europeos y a su sevicia. Esta es la representación de los capataces y los esclavizadores, por lo que, a pesar de ser el alma de la fiesta y una de las imágenes más típicas de esta región, también simboliza un pasado muy doloroso.


Damanson Meléndez y Enrique Árias son dos hombres altos, delgados y musculosos que encarnaron a los diablos en las muestras culturales y en los videos que se grabaron durante estos días de intercambio. Cuando no llevan sus máscaras, las están fabricando con aluminio, cartón, dientes de vaca y tela. Ellos dicen que el diablo es un personaje que puede ser muy oscuro y a la vez colorido y juguetón, pero para ellos es una interpretación que empieza cuando se ponen el traje y acaba cuando se lo quitan, ellos evitan la parte mística y ritualística que también envuelve a este personaje. 

La Cultura Congo tiene un rico componente espiritual. La fe y la divinidad son fundamentales en Portobelo y en su cultura porque los milagros y los santos son parte de su historia. Entre las cosas que hacen tan especial a esta bahía, está la iglesia de San Felipe en donde reposa la estatua de un Cristo Negro vestido de morado. Ismael Ribera le canta a esta imagen en su canción “El Nazareno” y a parte de su aura mística, este Cristo está rodeado por el misterio.


No es claro en qué año y ni cómo llegó “El Nazareno”, pero hay múltiples versiones que hablan de su origen. La más común cuenta que un barco llevaba dos cajas cargadas con estatuas de Cristo, una era blanca y la otra era negra. Pero la nave quedó atrapada en una tormenta y tuvo que aligerar su carga. Las imagenes cayeron por la borda y el Cristo Negro llegó flotando a Portobelo donde fue encontrado por un pescador indígena. En ese entonces, el pueblo vivía una pandemia de cólera y la muerte reinaba en las calles. 


La aparición de la imagen fue vista como un buen presagio y para pedir la salvación del lugar; enfermos, doloridos y cansados; las portobeleños tomaron la estatua y tambaleantes, la cargaron por todo el pueblo hasta llegar a la iglesia. Esta errática marcha quedó inmortalizada en el baile que se hace el 21 de octubre durante la procesión que se realiza en honor a “El Nazareno", que luego de esa demostración de fe, salvó a Portobelo. 


Elsa Molinar, conocida como Mamá Elsa, es una de las mayores sabedoras vivas de esta Cultura y para muchos miembros de la comunidad es considerada una madre. Ella habla con calma y elegancia, ríe enérgicamente y divaga con amor mientras cuenta sus historias.   

Mamá Elsa no solo es la memoria viva del Congo, también forma parte de la Afro Pastoral de Portobelo, un coro de mujeres que recibió a Bejuco en la iglesia de San Felipe durante el primer día de residencia. Una de las fuerzas que guía la vida de Mamá Elsa son las palabras del Papa Juan Pablo II quien predicó que la adoración a Dios se debe dar desde las peculiaridades culturales de cada devoto; por eso para esta mujer su voz, sus manos, sus pasos de baile son una forma de alabar a lo divino. 


Esta fe es algo que los integrantes de Bejuco también sienten, no solo por compartir la religión católica, sino porque en el municipio de Magüí Payán, ubicado a poco más de dos horas de Tumaco, también hay un Cristo Negro vestido de morado que es importante en la vida de la comunidad y a quien se le canta con amor. 


Pero esta devoción no es exclusiva del catolicismo, ese musicalizar el amor a Dios a través del Congo también se siente con mucha fuerza desde el cristianismo protestante. A lo largo del zigzagueante camino que va de la autopista a Portobelo, se pueden ver iglesias evangélicas por todo lado, incluso una al lado de la otra; esto se debe a que entre 1914 y 1999, el Canal de Panamá fue administrado por Estados Unidos, lo que significó la llegada de muchos migrantes de ese país, que sumados a la diáspora antillana, instauraron el protestantismo en Panamá. Jairo pertenece al 55% de la población que se identifica como crisitano protestante. Para él, la conexión que tiene con el Congo y el talento que tiene para la música y el baile son manifestaciones de Dios, porque son cosas que él no puede explicar, solo las siente y las expresa, como una fuerza mística que lo guía; por eso siempre dice que: “la honra y la gloria es de Dios”.


Así mismo, para algunas personas, la conexión divina con El Congo está en la fe yoruba, cuyas raíces vienen de África y tiene devotos en todo el Caribe. Todo depende de cómo lo viva cada uno. Si bien Damanson y Enrique son enfáticos en decir que no tienen una conexión mística con los diablos Congo por respeto a Dios; antes de interpretarlos se les ve entrar de poco a poco en el juego del personaje. Previo a ponerse sus máscaras, ambos saltan despacio y calientan las gargantas practicando los gritos y sonidos de los diablos mientras entran en una especie de trance. Una vez que están dentro del traje, nada los para. Este personaje carga un látigo con el que golpea a los que no bailen, y esto Bejuco lo sintió sorpresivamente en sus canillas mientras grababan algunas tomas para un video musical.


***


UNA REBELDÍA QUE NO DESAPARECE

Mamá Elsa llegó al Studio Sabrosura el quinto día de la residencia Ritmo de Dos Mares para cantar en “El agua sala´”, un bello homenaje que esta mujer con su ronca voz le hace a uno de los lazos de hermandad más fuerte que tienen estos artistas: el mar. 


El agua salada marca la forma de hablar, de caminar, de habitar el territorio. Es la memoria del pasado, el elemento que nos ata al presente y la esperanza del futuro. Pero también es un símbolo de lucha y resistencia ya que frente al agua salada de Portobelo, nacieron varias de las primeras rebeliones que se alzaron contra el imperio español. 


Giselle Muñoz, a quien de cariño le dicen “Gigi”, es una joven mujer apodada Esquelta por su contextura delgada. “A mí lo que me gusta es la bulla”, dice enérgica mientras enumera todos los instrumentos que toca y las clases de música que le da a varios jóvenes de la comunidad. Ella formó parte de la Escuelita del Ritmo y ahora es docente y líder social. Además, cada centímetro de su ser refleja la Cultura Congo con la que ha estado en contacto desde muy niña.


Gigi cuenta que durante la colonia, varios esclavos se organizaron para rebelarse contra sus captores. Estos huyeron hacia la selva  y formaron territorios libres bautizados como palenques. A estos rebeldes se les llamó cimarrones, que es el término que usa para referirse a un animal domesticado que vuelve a ser silvestre. 


Los palenques eran espacios soberanos que no solo daban refugios a quienes huían, también eran centros militares desde donde se fraguaron varios golpes a la Corona Española. El siglo XVI fue el de mayor actividad cimarrona en Panamá. Algunos de los líderes más influyentes fueron: Felipillo, que inició una revuelta en 1549 y luego en 1551 fue descuartizado; Bayano quien fue su sucesor y lideró entre 1579 y 1582 “Las Guerras Bayano”; y Luís de Mozambique, bautizado el líder de los “Negros de Portobelo” y posteriormente nombrada el rey de esta comunidad. 


El liderazgo de Luís de Mozambique era tan fuerte, que la Corona no tuvo otra opción que negociar con él. Así, en 1579 se creó por decreto la Villa de Santiago del Príncipe, el primer territorio afro que fue legalizado por la Corona española. Pero este triunfo tuvo dos caras porque pasar de ser un palenque a una villa, significó someterse al imperio y volverse súbditos. Luis tomó el apelativo de Don y este pueblo, que fue nombrado en honor al heredero del Rey Felipe, existió durante unos 17 años y se convirtió en un aliado para combatir a los cimarrones. 


Sin embargo esto no menguó la lucha. Los brotes rebeldes siguieron manifestándose en todo el territorio. Gigi también cuenta que para planear los escapes, las personas empezaron a hablar al revés, cambiando el significado de las palabras y su entonación; esto produjo el idioma Congo que todavía se habla en Portobelo, pero no de forma masiva.  


Gigi es una muestra de cómo estas semillas rebeldes siguen brotando en esta tierra y dando frutos que benefician a toda la comunidad. Pero así como hoy el Congo brilla en toda Costa Arriba y Costa Abajo; al igual que hace varios siglos atrás, existen fuerzas negativas que buscan silenciar los tambores. Pobreza, desigualdad y violencia histórica, también marcan los días de este pueblo que vive entre el abandono estatal y el flagelo que más afecta a todo el continente: el narcotráfico. 


Pero el espíritu cimarrón sigue en pie.


***


Luces y sombras del paraíso 


Parte tres: A pesar de su prosperidad, Panamá afronta serios problemas de violencia vinculada al narcotráfico, la desigualdad, y la pobreza; pero desde la cultura se le hace frente a esta adversidad. 


Cae la noche en Portobelo y las calles huelen al petricor que emanan los andenes humedecidos por la lluvia. El ambiente es fresco y el pueblo estaría en silencio de no ser porque en el centro retumba una música. En una cancha ubicada frente al edificio de la Aduana, una banda marcial practica su repertorio. Se acerca noviembre, mes en el que se celebran las fiestas patrias de Panamá; por todo lado se alzan las banderas blanco, rojo y azul del país; y esta banda ensaya para los desfiles que se realizarán a lo largo de las semanas. 


La mayoría de los músicos son jóvenes de distintas edades que poco a poco se van sumando a la práctica. Junto a varios redoblantes retumban un par de bombos y algunas liras. Un niño de unos ocho años llega corriendo con una sonrisa y un pequeño tambor amarrado a su cintura. Se une animado al resto de redoblantes, pide perdón por la demora, mira las indicaciones del director y comienza a seguir lo mejor que puede las canciones. 


El repertorio incluye varias composiciones de desfiles, pero también Karol G y “Gotas de lluvia” de Grupo Niche. En una esquina del parque, los cuatro miembros de Bejuco cantan animados la letra. La práctica avanza, la orquesta es cada vez más grande y Bejuco comienza a improvisar. En un punto, Camilo Rivas, baterista, no aguanta más las ganas, pide un tambor prestado y comienza a seguir al resto de la orquesta. Este hombre de contextura ancha, alto, grande y de ojos claros, nació en Tumaco pero vivió un tiempo en Cali, donde tocó el redoblante en una agrupación de chirimía chocoana. Al igual que Cankita, formó parte de Agrupación Changó y cuenta que la primera vez que tocó una batería fue cuando entró en Bejuco. A punta de videos de YouTube, oído y talento nato, dominó este instrumento que interpreta con una fuerza y un sabor especial.


Los vientos comienzan a llegar al ensayo y Camilo deja el instrumento prestado para seguir disfrutando del espectáculo, el cual curiosamente desentona con el paisaje del resto del pueblo que se encuentra vacío y callada. Uno de los motivos de tanta calma, es que por esos días se han declarado toques de queda relacionados con algunos asesinatos que se registraron en la región. 


Desde la era colonial, todo el territorio que hoy conforma Colón ha sido marcado por la criminalidad y la violencia debido a las riquezas que siempre han circulado por estas tierras, las rutas de comercio, el flujo de gente, la corrupción y el abandono que también forman parte de la historia del Istmo. Durante siglos, la Corona española e inglesa estuvieron en guerra y está bahía era un blanco constante de ataques. Piratas ingleses como el famoso Henry Morgan atacaron constantemente Portobelo; incluso, el también infamemente célebre Sir Francis Drake sitió dos veces estas costas, en 1572 y 1596. Su segundo ataque fue un fracaso, incendió Nombre de Dios porque la ciudad ya estaba vacía y contrajo disentería. Finalmente el pirata murió frente a esta bahía y su cuerpo terminó en el fondo del mar. 


En 1739, el comandante de la marina inglesa Edward Vernon, quien fue derrotado dos años después por Blas de Lezo en las murallas de Cartagena, capturó la ciudad por una semana, lo que significó que España dejara de usar a Portobelo como puerto principal y comenzó el abandono histórico de la región. 


Hoy la provincia de Colón es la más insegura de Panamá. En 2024 se registró que el 75% de los homicidios realizados en el país sucedieron entre Ciudad de Panamá y Colón, además en esta provincia hubo un incremento de 17 asesinatos con respecto al 2023. La mayoría de estos crímenes están relacionados con el narcotráfico que a su vez es resultado de la descomposición social que vive la región. 


Tras la construcción del ferrocarril y la fundación de la ciudad, llegó el puerto y en 1948 se creó la Zona Libre de Colón, la primera zona franca de la historia, que trajo la promesa de la prosperidad. Pero esta promesa sólo duró hasta la década del 60, en la que la región entró en depresión económica. Desde entonces la vida en la provincia es dura. Hay escasez, altos costos de vida y salarios bajos. Para muchos jóvenes las oportunidades son reducidas y la criminalidad se vuelve un camino lucrativo. El estado poco aporta y su presencia se ve más reflejada en medidas represivas como toques de queda, ley seca y una constante y hostil presencia de la fuerza pública, que recuerda los días de la dictadura militar que vivió el país entre 1968 y 1989.


El sociólogo de la Universidad Tecnológica de Panamá, Danilo Toro, explica que la decadencia de Colón se debe a tres factores principales: la herida abierta que dejó la crisis económica, las condiciones estructurales que hacen que este territorio le sea útil al narcotráfico y un sistema de educación fallido que no es capaz de formar a su ciudadanía ni ofrecerle un futuro. Además, a esto se le suma un exceso de dependencia de la cooperación extranjera y lo que Danilo define como un abandono propio de los habitantes de la región. 


Panamá es el tercer país más desigual de Latinoamérica, después de Brasil y Colombia, en 2023 el índice de pobreza general fue de 21.7% y la población más afectada son las comunas Ngäbe, Buglé, Guna, Emberá, Wounaan, Bri Bri, Naso Tjërdi y Bokota que conforman los pueblos indígenas del país. Todo esto sumado, crea la condiciones en las que se desarrolla la violencia y el crimen que afectan a toda la comunidad. Incluso a la Escuelita del Ritmo.


Hace unos años, Jairo viajaba en uno de los coloridos buses que recorren Portobelo. Unos sicarios siguieron el vehículo y lo confundieron con otra persona. Siete tiros entraron en su cabeza, brazos, tórax y piernas. 


Jairo está vivo de milagro. 

“¡Amén!”, dice enfático y sonriente; y con ese mismo énfasis aclara que si bien hay una situación de seguridad delicada en la región, no es que el pueblo esté sumido en la violencia ni que se esté viviendo una crisis sin resolución. “Portobelo ahora mismo no tiene un problema de que hay dos o tres pandillas distintas; es un problema de un solo grupo de muchachos, que claramente por la falta de oportunidad, están tratando de buscarse las cosas como a ellos le parece”, opina Jairo que concluye que a través de la pedagogía, la cultura, el deporte y el trabajar en comunidad se pueden enfrentar las carencias y crear las oportunidades que solucionen este problema. 


Él es un testimonio de eso. Jairo llegó a la Escuelita del Ritmo desde adolescente porque a través de la música se convirtió en un líder comunitario que trabaja con jóvenes de todas partes. Con su talento no solo ha ayudado a la gente de su pueblo sino incluso ha llevado sus tambores a los centros penitenciarios de menores, lo que es un muestra del poder transformador que tiene la cultura. 


***


LA HISTORIA DE UN AMOR


Es la última noche de la residencia Ritmo de Dos Mares y en La Aduana hay movimiento. Luego de cinco días en el estudio trabajando, de varias charlas y talleres y de empaparse de la vida de Portobelo; Bejuco está listo para un poco de fiesta en la calle. 


En el centro del pueblo están la banda marcial, que otra vez ensaya su rutina, varios integrantes de la Escuelita del Ritmo con sus amigos y familiares y uno que otro curioso que llegó a la plaza para ver el show. El escenario está en el vestíbulo que da a una de las entradas principales del museo. La electricidad viene de un enchufe que el guardia le prestó al equipo y unas cuantas luces iluminan el espacio. 


Al centro del improvisado escenario, Camilo Estacio se para frente a la marimba que retumba en toda la plaza; a su derecha, su tocayo, Camilo Rivas juega con uno de los tantos tambores del estudio, el cual tiene un sonido similar al bombo del Pacífico; a la izquierda de la marimba, Cankita se sienta con dos cununos y una sonrisa a dirigir la presentación; y en la mitad, Michael Martínez se encarga de animar el show con su hermosa voz y su arrolladora personalidad. 


Este artista lleva rastas y siempre está sonriendo, cantando, haciendo alguna broma o hablando de fútbol. Es el integrante más extrovertido de Bejuco y cuenta que se enamoró de la música cuando era niño y se metió a un concurso de canto en su colegio en Tumaco. El no sabía que tenía este talento y cuando vio a todos sus compañeros coreando su nombre luego de la presentación, supo que ese era el camino que tenía que seguir en su vida. 


En Portobelo los cuatro músicos tocaron un repertorio que incluyó: “La memoria de Agustino” de Inés Granja; “Mi Buenaventura” de Petronio Álvarez; “Es el currulao que me llama” de Grupo Bahía; “Te invito” y “Coca por coco” de Herencia de Timbiquí; y varias de Bejuco. El público no era muy masivo, pero estaba entregado al concierto. Michael guiaba el baile con la misma presencia y energía que unas semanas después, el 7 de diciembre, mostró durante la celebración del Día de la Velitas en Colombia, donde con su canto hipnotizó a la gente que llegó al Parque de los Hippies de Bogotá, para celebrar con Cerrero y La Marea, proyecto de música electrónica paralelo en el que participa con Diego Gómez y Cankita.


Pero esa noche de alegría en Portobelo tuvo un corto momento de tensión. En un punto, un carro blanco aceleró sobre la calle en la que bailaba la gente. “¡Ey!” gritó alguien pero el carro pasó de forma alevosa y paró en la siguiente esquina, justo frente a un patrulla de la policía que se fue a toda velocidad del lugar. Del carro bajó desafiante un hombre jóven vestido con una camiseta blanca que miro la escena, se dio la vuelta y se fue hacia un edificio dejando el carro prendido y con la puerta abierta. 


La gente al final no le paró bolas a la situación y siguió la fiesta, porque de eso trata todo esto, de que los tambores suenen más fuerte que los problemas. Uno de los legados más fuertes de Portobelo es hacer ruido, es mover fibras; no solo para el jolgorio, sino también para la acción, para el fortalecimiento de la comunidad, para enfrentar cualquier fuerza negativa. 



Esto es algo muy presente en toda este territorio y la Escuelita del Ritmo ha sido un aliado para muchas personas que han encontrado en este proyecto numerosas herramientas de trabajo. Este centro pedagógico y musical es uno de los pilares de la Fundación Bahía de Portobelo cuya historia se remonta a los años cincuenta cuando su fundadora, Sandra Eleta, era una niña que llegó a esta bahía gracias a su padre, el empresario panameño y compositor Carlos Eleta Almarán, famoso por hacer el bolero “Es la historia de un amor”. 


A mediados de los 70 y luego de estudiar fotografía en Nueva York, Sandra regresó a Portobelo y comenzó a fotografiar la vida en esta bahía. Gracias a esto no solo se convirtió en una de las fotógrafas más importantes de Panamá, también se unió a la comunidad y desde entonces ha trabajado por el bienestar de esta. En 2007 creó la Fundación Bahía de Portobelo, en la que trabaja en conjunto con la Fundación Gladys Palmera de sus primas españolas Alejandra (Gladys Palmera) y Aurora Fierro, quienes han enfocado mucho de su trabajo filantrópico en esta región.


“La música tiene la posibilidad de transformar el corazón de las personas”, dice con su marcado acento Rui Dinis, un hombre portugues de ojos verdosos y pelo rizado que agrega: “además, la música es un lenguaje en común. No importa si uno es blanco, es negro; la música es un sentimiento que llega a todos”. Rui es músico, gestor cultural y administrador; luego de hacer el Camino de Santiago en España, decidió realizar un cambio con su vida y eso lo llevó a la bahía de Portobelo, donde debía quedarse por un año y ya va catorce. 


Él coordina todo lo que tiene que ver con el trabajo de la fundación y por eso todo el día está en el teléfono y caminando de una lado al otro. Rui cuenta que más allá de la belleza de Portobelo y la riqueza cultural del Congo, lo que lo enamoró de este lugar es el impacto que tiene la cultura y la música en la comunidad. 



A parte de la Escuelita del Ritmo, que ha formado estudiantes que van desde los 5 a los 78 años, la Fundación Bahía de Portobelo cuenta con: La Casa Congo, que es una galería de arte Congo y un restaurante; El Rancho, que es un espacio socio-comunitario en donde hay charlas, clases, talleres y cine club; y el Studio Sabrosura que ha recibido a otros artistas como: el panameño Lilo Sáncehz de Señor Loop, el colombiano Mario Galeano de la mítica banda Frente Cumbiero, el pianista portugués Mario Laginha, el músico mozambiqueño Stewart Sukuma, el violinista portugués Duarte Andrade entre otros, que también llegaron para hacer música en estas costas. De hecho, durante los primeros días de residencia de Bejuco, estaba finalizando otra residencia con los artistas plásticos Gustavo Esquina de Portobelo, Henrique Paris de Portugal y Eltina dos Santos Gaspar de Angola. 


Estos proyectos se suman a otros como: Olas de la mar, que consiste en ir a todos los territorios de Costa Arriba y Costa Abajo y registrar las distintas expresiones del Congo; o como las agrupaciones musicales que han salido de este espacio entre las que están: Barrio Fino y Rucumbé. Y a parte de todo, durante la pandemia del COVID-19, en la Escuelita se preparon ayudas humanitarias que se repartieron por toda la bahía. 


Gracias a esto, muchos jóvenes de Portobelo han decidido estudiar en la universidad y parte de la cultura Congo no solo ha tenido más visibilidad fuera de Panamá, sino que se ha asegurado la transmisión de su legado. 


***

RAÍCES ENTRELAZADAS

Es la hora de la cena y a lo largo y ancho de dos mesas unidas se sientan todos los músicos. Entre bocado y bocado se oyen risas y discusiones futboleras. Poco a poco los platos se van vaciando y la porcelana empieza a sonar a ritmo de 6/8 mientras las gargantas cantan: “voy llegando a la orilla ayo”, el coro de “A la orilla”; canción que de alguna forma nos hace pensar en esas veces es la que hay que hacer el esfuerzo para llegar a la orilla luego de duras jornadas de remar y remar hasta que al fin se nos da la felicidad de alcanzar el lugar en el que más queremos estar


Ese canto encendió la fiesta y la mesa se convirtió en una rueda de percusión. El juego era cantar: “Uno, dos, tres, ¡Stop!”, y luego lanzar alguna rima improvisada. Entre verso y verso fueron saliendo los secretos del día, las bromas internas y las muestras de camaradería. Frente a las mesas, lejos de los micrófonos y consolas del estudio, con el mar golpeando el muelle, estos artistas liberaron el alma. Uno a uno fueron pasando a la ronda, nadie en la mesa se salvó de improvisar. Palmas, golpes sobre la superficie y la vajilla; gritos, bailes, cantos, risas. La vida desenvolviendo, el aire de Portobelo una vez más envuelto entre el sonido del tambor y el canto de la felicidad.  


Sin embargo, una de las cosas más curiosas de esta residencia es que entre todo lo se compartió, tal vez uno de los elementos más importantes fue el silencio. Las horas por fuera del estudio pasaban tranquilas, con algunas charlas casuales y con los ojos de los presentes clavados en sus celulares. Pero en el estudio, la conversación sonora fluía sola, la charla andaba a punta de miradas y movimientos de cuerpo. 


“Con los compañeros de Bejuco hay una relación musical en la que no hay que utilizar tantas palabras. Es solamente como sentir. Tocar”, dice Williams Calendar. Él es oriundo de Colón, ciudad en donde vive; se formó musicalmente en su iglesia cristiana, lo cual lo alejó de la delincuencia que se vivía en su barrio, y aparte de ser músico, gestor y docente es un aficionado de la musicología. Williams dice que entre las muchas cosas en común que han encontrado durante estos días, una de la que más le llama la atención es la forma de hablar: rápido, enredado y conciso. Esto ha ayudado a que entenderse sea fácil y a que los espacios vacíos se rellenen con música. 


Esta residencia ha sido una conversación sonora, una unión de raíces, de historias, de gustos en común, de diferencias, pero sobre todo una unión de luchas. Las cuales están relacionadas con la cultura, con el patrimonio, con la historia, con tender puentes de diálogo con múltiples influencias, latitudes y personas que comparten mucho más que un pasado en común. El hecho de poder bailar, de poder hacer música, de cantar, de compartir con la comunidad, con la familia, con la fe, es lo que nos hace humanos, y este viaje fue un recuerdo de eso. 


La canción “Soy yo” nos habla de esa importancia de ser uno mismo, de sentirse libre pero sin olvidar la comunidad que nos sostiene, el territorio que nos abriga y la cultura que nos da la riqueza del alma y el sentido de los días. Esta es sin duda la composición más enérgica de la residencia y la que mejor conjuga esos dos mundos que se reencontraron durante estos días. Más allá de una ancestralidad africana y de una historia llena de luchas similares; lo que más comparten estos músicos es el amor por la vida, por la música y por crear algo hermoso en un mundo lleno de caos. 


Lee la segunda parte de este viaje en Tumaco aquí.


Ritmo de Dos Mares es un proyecto de intercambio musical que conecta las raíces afrodescendientes del Caribe panameño y el Pacífico sur colombiano a través de un proceso de intercambios entre La Escuelita del Ritmo y Bejuco. Este proyecto fue posible gracias a la gestión de Fundación Gladys Palmera, Discos Pacífico y Fundación Bahía de Portobelo en alianza con Sudakas Media y Gladys Palmera.



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