Hermanos de sangre y mar: un viaje de regreso a Tumaco
- Sebastián Narváez Núñez
- 28 abr
- 15 Min. de lectura
Casi tres meses después de su primer encuentro, La Escuelita del Ritmo llega a Tumaco para vivir la residencia de Ritmo de Dos mares junto a Bejuco en un regreso más fluido, más genuino y que termina de extender un puente entre dos mares que seguramente será el inicio de un movimiento más grande. Esta es la segunda parte de un viaje poderosos e inspirador.

“No, todo mal loco, resulta que para viajar hay que tener el pasaporte con seis meses de vigencia y el mío vence en diciembre, igual que el de Edwin de Bejuco, entonces estamos los dos jodidos. No vamos a poder viajar hoy”, me dice con un tono de frustración Juanse en un audio de Whatsapp a las 8:41 de la mañana. “Estoy aquí en el aeropuerto buscando solución pero todo el mundo me dice que paila, que no hay solución”. Es sábado 26 de octubre de 2024 y esta es apenas la mañana del primero de siete días de intercambio cultural entre Bejuco de Tumaco y La Escuelita del Ritmo de Portobelo, allá en Panamá.
Ya es de noche en Tumaco y es el penúltimo día de la residencia en “La perla del Pacífico”. Hace apenas unas horas estábamos en un callejón estrecho con listones verdes, amarillos y rojos, que se cruzaban diagonalmente desde los segundos pisos de las casas. Abajo, irrumpiendo en la vía por la que pasan al mismo tiempo motos y partidos de microfútbol en canchas improvisadas, estaba una Mamá Elsa vestida de una pollera colorida, con flores adornando sus faldas y su cabeza y una sonrisa enorme de genuino goce y fiesta. Al frente suyo una cámara la sigue en primer plano mientras alza sus manos como cantándole al cielo y a su alrededor danzan Angel Toribío ´Maluma´, pianista y bajista, Williams Callender, multiinstrumentista y Mary Ann Ortiz guitarrista, todos ellos de la Escuelita del Ritmo, junto a William Martínez cantante y John Jairo Cortés ´Mairoby´, percusionista de Bejuco. En esta calle donde se graba este video no son de Bejuco ni La Escuelita del Ritmo, son los integrantes de Ritmo de Dos Mares, un familión producto de la fuerza de esas dos mareas del Caribe y el Pacífico. Ya es de noche en Tumaco y esa familia se acaba de levantar de la cena, algunos salen a la calle a tomar aire, otros se juntan en pequeños grupos a ver algún video en el celular, otros salen a hacer llamadas. Antes de que se levante de la mesa me le acerco a Edwin Jiménez, director de Bejuco y le pregunto qué fue eso que le motivó el no poder viajar y perderse la mitad de la residencia en Panamá. Edwin no lo esconde: “Para mí fue frustrante, la verdad. Fue como ver cortarse uno de los tantos sueños que tengo. Al final lo tomé con madurez, porque los tiempos de Dios son perfectos y él sabe cómo hace sus cosas”.
La revancha de Edwin finalmente sería en casa, pero tampoco sería sencilla. Durante la semana de la residencia en Tumaco falleció el abuelo de su esposa y al día siguiente nació su hijo. “Nosotros en el Pacífico le cantamos a la muerte, pero también cuando es el nacimiento de un bebé. Entonces era como combinar esos dos procesos en una canción, aparte también está ahí la importancia del mar para nosotros. La verdad fue bacano, inspirador. Mezclar todo eso fue maravilloso”, me cuenta como quien no termina de procesar tantas cosas a la vez y el hecho de inmortalizarlas en una canción.
Los cantos de boga son canciones asociadas a la navegación, es eso que acompaña a los pobladores ribereños en la soledad, cuando todo alrededor es río, mar o selva, mientras los remos se hunden y salen del agua buscando su destino. Sin embargo el que surgió de esta residencia no nació en la soledad del mar, más sí quizás en la nostalgia de la partida, el enternecimiento de la llegada y el junte de dos mareas.
Es miércoles 29 de enero y en el segundo piso de la casa donde funciona la Fundación Bejuco y Pacífico Master Beat Studios suenan unos coros que llaman la atención. Del otro lado de la puerta de madera suena una estrofa interpretada por el tenor Luis Betegón de la Escuelita del Ritmo y que dice:
Unos van llegando,
y otros ya se fueron,
cuando es más oscuro,
viene amaneciendo.
Seguido de un coro al unísono binacional de los integrantes que se encuentran rodeando el cuarto de estudio y con cinco micrófonos en frente que capturan esta frase que nos estremece a todos:
¡Ay, oh! Mira cuánta fuerza,
ritmo de dos mares,
grito que no muere.
“A mí me conmovió mucho que Edwin no pudo estar en Panamá. Y el día que llegamos (a Tumaco) nace su hijo. Casi que no puede estar tampoco, entonces yo dije: La forma en la que él va a estar es que vamos a llevar esta idea a que sea una canción sobre que unos van llegando y otros ya se fueron”, me cuenta Diego Gómez, productor del proyecto y director de Discos Pacífico. Luego de eso, la idea inicial la cogió Edwin, que estaba viviendo la situación y le terminó de dar la magia que le hacía falta a esta canción que se suma a “Agua Salá”, “Soy yo” y “Voy llegando”, producidas en Portobelo, durante la primera parte de la residencia.
Poéticamente el nacimiento del hijo de Edwin empata también con la consolidación de Ritmo de Dos Mares, un proyecto que arrancó con los tropiezos típicos de la primera vez, condiciones climáticas retadoras y dos agrupaciones desconocidas que en poco tiempo debían romper el hielo e iniciar un proceso creativo que diera cuenta de esta residencia. Ya en Tumaco la energía era diferente, ya eran familiares que se reencontraban, ya se habían tejido complicidades y amistades más allá de lo musical. Producto de este junte es un disco de cinco canciones en las que se habla del goce, la vida en el mar, la bendición de las olas y la contemplación de la vida en el Caribe en “Agua salá”; una declaración de amor, un viaje en canalete hasta la orilla para decirle a esa persona que el futuro es esperanzador juntos en “Voy llegando” y el canto de libertad e identidad, que reivindica la fuerza del cimarrón, el tambor congo y la marimba en “Soy yo”, una canción que le hace honor a ese junte de dos costas diferentes, pero con identidades y apuestas en común por mantener vivo el legado y ponerlo en diálogo con nuevas formas de interpretar y mezclar sus raíces con otras igual de significativas. De eso se trata este EP, una suerte de epistola amorosa, que celebra la vida en el mar, reivindicando la fuerza de su gente y recordándonos que tanto a la vida como a la muerte hay que recibirlas y despedirlas con música, con la espiritualidad de las raíces de la afrodiáspora que los atraviesa en cada uno de sus territorios, con todo el peso de la historia que comparten en conjunto.
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La noche tumaqueña se presta para caminar, para hablar mientras de fondo se escuchan las últimas olas del mar pegando contra la orilla, y de frente una que otra brisa refresca de momento el calor aún latente en el ambiente. Con Rui Dinis director de la Fundación Bahía de Portobelo, venimos caminando a paso lento hasta el restaurante para la última cena antes del concierto que cerrará la residencia. Después de hablar sobre cómo un proyecto así es posible gracias a becas como esta de Cultura Latinoamérica, en la que instituciones convocan a organizaciones, fundaciones y gestores culturales, para un proyecto binacional, con las características como las que tiene Ritmo de Dos Mares, le pregunto a Rui ¿cómo le gustaría recordar el proyecto para la posteridad? Lo duda. Dice, con su acento portugués que habla perfecto español, “Hermanos. Hermanos de sangre. No. No sé. Hermanos de sangre y alma”, me dice, “hermanos de sangre y mar”, le contesto yo. “Hermanos de sangre y mar, sí”.
Pero esta hermandad que se ha vivido durante la residencia tiene una raíz que se remite mucho antes de finales de octubre de 2024, cuando se realizó el primer viaje a Portobelo, Panamá. Según me cuentan Marta Canorea, directora de la Fundación Gladys Palmera y Diego Gómez productor y director artístico de Llorona Records y Discos Pacífico, la historia de Bejuco y la Escuelita del Ritmo se remonta a un par de años atrás cuando coincidieron integrantes de La Escuelita y de Bejuco que estaban en Bogotá, en un mercado musical. “Aparte de ser un proyecto de educación artística, (La Escuelita del Ritmo) es un proyecto de rescate de la cultura afrodescendiente local, la cultura Congo. Y vienen un poco como con la necesidad de conectarse con otras comunidades, con otros ecosistemas musicales que de alguna forma tienen unas semejanzas y un pasado común”, dice Marta. Desde ahí se detonó algo, luego la Convocatoria Cultura Latinoamérica llegó como anillo al dedo para generar la alianza. La convocatoria estaba dirigida a organizaciones culturales sin ánimo de libro, provenientes de dos países, por lo que la Fundación Gladys Palmera y la Fundación Llorona Records aplicaban y “cuyas propuestas fomenten el intercambio de conocimiento y la expresión de manifestaciones del vibrante paisaje cultural de la región”, lo cual se cumplía de sobra teniendo en cuenta que tanto la Cultura Congo, como las músicas de marimba de Colombia y Ecuador, son reconocidas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, según la Unesco. “Hay muchas similitudes en cosas que han marcado la resistencia en la música y como en lograr el arraigo a esa tradición como el lugar en donde las poblaciones afro han encontrado ser”, remata Diego enmarcando el carácter de este proyecto también en la forma en la que dos culturas se vuelven a hermanar y juntar con un propósito claro que es dejar para la posteridad un proceso que es la semilla de algo más grande, un proceso que no solo vincula artísticamente a dos agrupaciones, sino que también se extiende a la formación de los jóvenes que habitan las escuelas tanto en Tumaco como en Portobelo, a quienes esta residencia también impacta en el conocimiento que adquirieron sus maestros en esta residencia.
Antes de retomar los pendientes que quedaron en Portobelo, los anfitriones de Tumaco organizaron una serie de actividades para introducir a la que es llamada “La Perla del Pacífico”, a sus visitantes. En el proceso hubo gastronomía local como espacio de comunión, las jornadas académicas, como excusas para entrar en detalles puntuales de los ritmos, la historia y la importancia de la tradición de la Cultura Congo, el golpe de sus tambores y sus bailes. Se habló también de la historia de la marimba, la intención de su sonido, los arrullos y los alabaos, los cantos de boga y las diferencias con otras marimbas del pacífico.

Es la mañana de un domingo y dentro de una cabaña de madera y teja de metal, Jairo Esquina y Luis Betegón amarran entre sus piernas cada uno un tambor, hacen un ritmo rápido al unísono y luego uno de ellos se suelta y empieza a improvisar. El golpe de la mano contra el cuero invita a un baile exótico y amorfo. Poco a poco la cabaña se va llenando, las sillas que están contra la pared se van organizando en círculo alrededor de la marimba. Camilo Mendez baterista de Bejuco y Camilo Marquínez marimbero de la agrupación, se paran frente a un bombo y un cununo respectivamente. “Lo mismo que va haciendo el bombo arrullador, lo va haciendo el cununo macho, que es el que va marcando. Hay una base que dice Por qué, Por qué, Por qué, Por qué”, dice el marimbero mientras emula el golpe del cununo en su propio pecho para que se entienda su ejemplo. A lo largo de la jornada se explica las variaciones del bordón del bambuco viejo en la marimba explicado con la onomatopeya gastronómica para fines de hacerlo más accesible que es Comé pintón. Ese y el Papa con Yuca, para entender la base rítmica del bombo, me hace pensar que todo está conectado con la comida, incluso la manera en que se enseña música a quienes no tienen las herramientas ni el conocimiento académico, lo cual no implica que no pueda existir procesos artísticos que no dependan de ello. Durante toda la jornada hubo baile tambien, hubo improvisación y rotación entre instrumentos, vinculación a un objeto y su musicalidad, pero sobretodo, hubo integración entre personas de diferentes edades entorno a la música, y esa integración se traduce en traspaso de conocimiento, que a su vez luego será memoria y legado y esa memoria y ese legado tendrán que atravesar procesos de salvaguarda. Así que esto que a simple vista es un grupo de gente agitando un guasá, azotando un cununo, o percutiendo una marimba, es en realidad la semilla que mantiene vivas las tradiciones culturales que nos rodean y nos narran.
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“No tenemos una pensión, no tenemos nada de eso, pero la pensión la vemos reflejada en que en este momento está Changó musicalmente, está el grupo Bejuco, también Plu Con Pla. Tenemos una razón de ser musical. Tenemos grupos de danza en Esmeralda y Casa Tumac en Medellín. En Tumaco contamos con 19 grupos de danza, así que ya tenemos una razón de ser y puedo decir que ya estoy pensionado, porque para mi la pensión es como cumplir la tarea”, dice sentado en el pasillo largo del primer piso de Casa Tumac el maestro Francisco Tenorio fundador de esta escuela de puertas abiertas que ha permitido que las personas aprendan, compartan y aporten sus vivencias desde hace más de 40 años.
Casi como escondida entre un callejón estrecho del barrio Pantano de Vargas. se encuentra la Escuela Folklórica del Pacífico Sur Tumac, como lo advierte un letrero tallado en madera en su fachada donde además ofrecen “música, danza, artesanías, modistería y espiritualidad”. Adentro, mientras el maestro Francisco cuenta la historia y el papel de la fundación en la consolidación y formación de artistas que hoy por hoy son dignos representantes de las músicas del sur, hay varios jóvenes que están tallando troncos que luego van a ser cununos, guasás y bombos. Los esqueletos se ven arrumados contra las estanterías de las paredes y los cinceles van trozando la madera para darle forma al instrumento. Ese mero acto de construir con sus propias manos los instrumentos que más adelante van a tocar, es un primer acercamiento a la música desde entender su procedencia. Se dice que la marimba es el piano de la selva, cuyas teclas provienen del árbol de chonta, lo cual carga una magia particular en el pacífico pues se habla de los poderes místicos de este instrumento ancestral, así como de su persecución por parte de la iglesia.

“Yo me atrevería a decir que este fue el municipio que más sufrió la abolición de nuestras músicas, pero también podría decir que es el municipio que más resistió a esos procesos de exterminio por parte de las diferentes entidades, sobre todo la iglesia”, me cuenta Juan Daniel Landázuri, marimbero de la Agrupación Changó y Presidente de la Fundación con el mismo nombre. Según Juan Daniel, la iglesia en Tumaco tiene un papel vital con el desarrollo y la evolución de las músicas de marimba al ser la capital del pacífico nariñense. Landázuri sostiene que el padre Francisco Mera era un fiel creyente de que la marimba era un elemento satánico. Según el documento del Plan Especial de Salvsaguardia de las Músicas de marimba y los cantos tradicionales del pacífico sur de Colombia, del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. “La música, especialmente la de marimbas y tambores, fue sinónimo de resistencia y se asoció a la rebeldía, por lo que fue perseguida por los españoles (...) en 1734, en Barbacoas, el padre Larrea ordenó amontonar 30 marimbas y las hizo quemar todas. El padre Mera recorría el Patía y cada vez que encontraba un baile de marimba desembarcaba y la gente tenía que huir al monte para escapar de su “santa ira”, (Vanín: 2010)”.
Según ese mismo documento, la memoria oral del Pacífico lo registró así:
Cuando vino el Padre Mera de todo nos predicó,
que todo pecado perdona, pero que el baile si no.
A un hombre lo levantó hincao en el confesionario
que fue porque le dijo que había cantao con el diablo.
[Vanín, 2010. Recogido por Santiago Arboleda]”.
Por eso procesos como el de la Fundación Tumac y el de la Fundación Changó resultan importantes, porque no se trata solamente de impartir conocimiento, se trata de mantener viva una tradición ancestral que durante mucho tiempo fue perseguida casi que hasta su exterminio y que hoy por hoy ha logrado atravesar procesos de memoria y salvaguarda con cada joven luthier, cada nuevo marimbero, cada nuevo percusionista, intérprete de guasás, cantadores y cantadoras, sabedores del futuro y guardianes de la tradición de las músicas de marimba. Resulta una suerte de poesía visual el ver cómo en medio de escombros y basuras que han asentado el terreno emergen estructuras palafíticas que sostienen casas cuyos procesos culturales apuestan por seguir formando gestores, músicos y cultores que trabajen por visibilizar y darle valor a las tradiciones ancestrales de su territorio, de su sangre.

Así como la Cultura Congo, la Marimba también es declarada patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, y así como La Escuelita del Ritmo tiene procesos de formación en Portobelo, la Fundación Bejuco también tiene una relación con la nueva generación de músicos en Tumaco que se desarrollan en ambientes hostiles, abandonados por el estado, donde el mayor regulador de las situaciones de orden social es el mismo pueblo y donde el narcotráfico se plantea como un camino para quienes aquellas personas que no tienen acceso a oportunidades. Por eso la importancia de la cultura en estos lugares, donde caer es tan fácil, donde morir es tan común y donde la apuesta por una vida digna es un camino que no todo el mundo está dispuesto a recorrer. Al día de hoy, la Fundación Tumac atiende seis procesos en escuelas satélites que operan en la isla atendiendo unos 15 barrios que al año producen entre 780 y 720 procesos de formación, una cifra nada despreciable en tiempos donde las redes sociales han consumido la atención de la juventud, donde sus referentes son creadores de contenido que viven de seguir tendencias virales y así mismo efímeras. En la cultura pasa otra cosa, el camino puede ser más largo y la competencia puede ser más dura, pero hay algo más relevante que ser parte de una tendencia global, y es seguir haciendo las músicas que sin importar el paso del tiempo, se mantienen relevantes, pues su creación genuina no responde a la demanda del momento del mercado, sino a un interés por preservar las tradiciones, las músicas y las historias que han hecho parte de sus cantos.
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Es la noche del 31 de enero de 2025 y a las afueras de la discoteca Knalete, la gente empieza a ocupar las mesas. En esta misma fecha pero en 1906, “la tierra tembló de un modo horrible, derribando todas las imágenes que se veneraban en la iglesia parroquial. Invadidos por el pánico, los fieles acudieron al encuentro de los religiosos, rogándoles que organizaran una procesión para implorarle a Dios su protección en esa emergencia”, según la historia del milagro eucarístico como data en los registros de la Diócesis de Tumaco.
“En la playa los feligreses no paraban de rezar, mientras divisaban a lo lejos una aterradora pared de agua que avanzaba a gran velocidad. Atónitos, contemplaban cómo el sacerdote, esperando impávido que la ola se acercara, erguía hacia lo alto la Sagrada Especie y con ella trazaba una gran señal de la cruz… ¡Un momento inolvidable! Si en el mar Rojo antaño las aguas se abrieron, aquí “la ola avanzó todavía un poco, pero antes de que el P. Larrondo y el P. Julián se pudieran dar cuenta de lo que estaba pasando, la población, emocionada y conmovida, gritaba: ‘¡Milagro! ¡Milagro!’. La inmensa ola que amenazaba con destruir el pueblo de Tumaco se detuvo de repente como bloqueada por una fuerza invisible más grande que la de la naturaleza, mientras que el mar volvía a su estado habitual”.
Ya es de noche y este 31 de enero no hay pared de agua que amenace con borrar Tumaco, pero sí hay una fuerza latente, una marea de dos mares que marca el inicio de una etapa colaborativa, la apertura a nuevas sonoridades y el espíritu de dos procesos hermanos de sangre y mar.

Finalmente la música que tronaba de los parlantes de la discoteca Knalete se apacigua y los panameños empiezan su muestra con una Mama Elsa que aunque sentada, logra estremecer a los asistentes con su voz y con sus historias cantadas y traídas directamente desde Portobelo. Acto seguido los locales de Bejuco hacen lo propio. Hace mucho no tocan en la ciudad y los ánimos se sienten. Los pañuelos se empiezan a izar y bailar sobre el viento. Esta noche no hay Ritmo de Dos Mares, ni suenan las canciones que surgieron como parte de esta residencia. Esta noche queda en suspenso, en la promesa de un hasta pronto y en la deuda pendiente de que alguna de las canciones de este EP, o todas, puedan ser escuchadas en vivo por este ensamble binacional, uno que apuesta por unirnos desde nuestras raíces y establecer puentes que nos hermanen, encontrando no solo temas en común, sino la necesidad de renovar la raíz para seguirla cuidando.
“Ritmo de Dos Mares representa una unión que es un antes y un después del conocimiento”, me dice Williams Callender. “Es una conexión profunda africana y es magia”, me dice Rui Dinis. “Tambor, fuerza, energía y unión”, dice Mary Ann Ortíz. “Es una enseñanza muy valiosa que me llevo a mi tierra”, dice Mama Elsa. Lo que al final significa este proyecto para los integrantes de ambas agrupaciones, ha sido la oportunidad de abrirse al mundo, de conocer y reconocerse en la diferencia, de crear y formar lazos que queden inmortalizados en canciones, que a su vez sean la semilla que germine en una nueva generación con consciencia de que este fue el disco que abrió camino para hermanar nuevamente a Panamá con Colombia, porque en últimas, sea la marea que sea, lo que nos une es la fuerza de una música hecha para convivir, para narrarnos y para contarle al mundo esto que nos atraviesa.
Lee la primera parte de este viaje en Portobelo aquí.
Ritmo de Dos Mares es un proyecto de intercambio musical que conecta las raíces afrodescendientes del Caribe panameño y el Pacífico sur colombiano a través de un proceso de intercambios entre La Escuelita del Ritmo y Bejuco. Este proyecto fue posible gracias a la gestión de Fundación Gladys Palmera, Discos Pacífico y Fundación Bahía de Portobelo en alianza con Sudakas Media y Gladys Palmera.
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