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Temporada 8 Al Aire - Episodio 6 | 2AT

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RECOMENDACIONES SUDAKAS PARA EL CORDILLERA 2025

  • Foto del escritor: Sudakas
    Sudakas
  • 11 sept
  • 11 Min. de lectura

Una selección del equipo editorial de Sudakas de los shows que por nada del mundo se pueden perder en esta edición del festival que celebra la música en nuestro idioma.

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Aparte de gritar hasta que se desgarre la garganta “Rosa Pastel” de Belanova, “Carito” de Carlos Vives, “Amor y Control” de Rubén Blades, “Mariposa Tecknicolor", de Fito, “La guitarra” de Los Auténticos Decadentes, “Labios Rotos” de Zoé “No copio” de Crudo Means Raw, “A lo cubano” de Orishas o “Sentimiento Original” de Gondwana, entre muchos otros himnos, estos son los shows que no se pueden perder en esta edición del Cordillera 2025. Una selección curatorial del equipo de Sudakas.


Miguel Bosé | España


La primera vez que escuché a Miguel Bosé tendría unos 10 años. Mi tía —curadora oficial de la fiesta familiar y dueña de una discografía infinita de más de 200 CDs— era la encargada de poner la música con la que nos sacudíamos la timidez antes de cualquier almuerzo de domingo.


Y entre tanto tesoro musical, había un tema que siempre me atrapaba: Duende, del disco Girados (2001), aquella gira mágica junto a Ana Torroja. Una canción de duendes, ángeles, seres misteriosos… yo no entendía nada, pero sentía todo. Cada vez que sonaba me estallaba el cuerpo en libertad, como si Bosé hubiera abierto una puerta secreta hacia un mundo que no tenía reglas.


Años después descubrí que detrás de ese duende había un hombre con nombre largo y formal: Luis Miguel González Bosé. Nació en Panamá en 1956, creció entre Madrid y Bogotá, y en los años 70 se estrenó como actor en películas como Suspiria de Dario Argento o Tacones Lejanos de Almodóvar. Muy pronto dejó de ser “un chico guapo” para convertirse en el sex symbol iberoamericano: mirada magnética, estilo andrógino, actitud provocadora… un Bowie latino con todo el descaro del Mediterráneo.


Cuatro décadas después, con discos de platino, premios, y colaboraciones con Paulina Rubio, Shakira, Ricky Martin, Juanes o Alaska, Bosé sigue siendo ese cómplice musical que atraviesa generaciones. Sus himnos —Amante bandido, Morena mía, Si tú no vuelves, Te amaré— se cantan igual de fuerte en una sala familiar que en un estadio.


El próximo 13 de septiembre en el Festival Cordillera, en Bogotá, volveremos a tenerlo enfrente. Ese día, mi tía, mi yo de hace 25 años y la persona que soy hoy estaremos otra vez bailando con Bosé… y quién sabe, tal vez invocando a alguno que otro duende.


María Rívas - Periodista





Silvana Estrada | México


Lo más poderoso de Silvana es cómo logra que lo local se vuelva global: con letras confesionales y honestas, conecta a quien la escucha desde cualquier rincón del mundo. No es casualidad que artistas como Natalia Lafourcade, Mon Laferte o Jorge Drexler la celebren como una de las grandes renovadoras de la canción de autor latinoamericana.


Hoy, Silvana Estrada no solo representa a una nueva generación de cantautoras, sino que demuestra que la autenticidad y la raíz son la mejor forma de conquistar el futuro de la música. Por eso su presentación en el Festival Cordillera, este spabado en el escenario Aconcagua, será la excusa perfecta para conectar con la intimidad, con la profundidad, con la genuidad y la fragilidad de una voz que con sus historias nos atraviesa y nos hace sentir y verbalizar eso que a veces nos cuesta.


Arturo Cortés - Editor de Audiencias




El Kalvo | Colombia 


Escuchar  El Kalvo es saborear la calle bogotana. Su música abre una ventana para redescubrir lo que todos vemos, oímos y olemos en la cotidianidad de la ciudad. Narra el día a día, el sol a sol, el barrio, la comida y el trabajo. Sus canciones nos acercan a la infancia y nos invitan a revivir un pasado crudo, pero cargado de nostalgia.


En escena, la experiencia se intensifica: nos sumerge en un viaje sensorial que trae el barrio a la tarima. Su puesta en escena está llena de iconografía barrial, espiritual y social, convirtiéndose en una celebración de lo que significa crecer y vivir en Bogotá, en el barrio, y transformarlo en música. Por todo esto, para mí es un imperdible del sábado en el escenario Cocuy del Festival Cordillera, por si nunca lo han visto.


Julián Urrego - Fotógrafo




Serú Girán | Argentina


“Charly García es un dios musical”. Así lo dice Isabel, mi amiga: cantante empírica, melómana incansable y amante del psicoanálisis. Lo dice con esa fe absoluta con la que se dicen las cosas que no necesitan demostración. Para ella —y para miles— la noticia de volver a ver a Serú Girán, la banda más influyente y decisiva del rock argentino, es casi un milagro.


La historia arranca en 1978. Tras la disolución de Sui Generis y de La Máquina de Hacer Pájaros, Charly García se refugió en Búzios, Brasil, junto a David Lebón. Allí, entre playas, guitarras y noches largas, comenzaron a componer los temas que darían origen a algo nuevo. Un tiempo después, Charly quedó hipnotizado con el talento de un joven bajista, Pedro Aznar, y lo convenció de unirse al proyecto. La pieza final fue Oscar Moro, histórico baterista y aliado de mil batallas. Con los cuatro juntos, nació lo que muchos llamarían “el Beatles argentino”: Serú Girán.


El arranque no fue sencillo. Su primer disco, de un rock progresivo, sofisticado y experimental, chocó con un público que esperaba algo más directo y simple. Pero con los años, canciones como “Seminare”, “Eiti Leda”, “Canción de Alicia en el país” o “Peperina” se volvieron himnos de una generación, con letras cargadas de poesía y crítica social que atravesaron la censura de la dictadura militar con metáforas brillantes.


Serú Girán no solo marcó un antes y un después en la música: cambió la manera en que se entendía el rock en español. Era sofisticación sin perder visceralidad, melodía sin perder riesgo. En poco tiempo, pasaron de ser incomprendidos a llenar estadios con miles de personas coreando cada palabra.


Para mí, verlos juntos es asistir a un pedazo vivo de historia. Porque antes estuvo Sui Generis, el refugio emocional donde Charly me enseñó que hasta lo más enredado del corazón podía volverse canción. Luego vino todo lo demás: la Máquina, Serú, los discos solistas. Y cada etapa fue una forma distinta de decirnos: “acá está la música para acompañar tu vida”.


Por eso, cuando me preguntan: ¿quién pa’ llorar con Serú Girán (a pesar de que vengan sin Charly) este 14 de septiembre en el Festival Cordillera? mi respuesta es simple: además de Isabel, todos los que alguna vez dejamos que una canción nos desarmara y nos volviera a armar de nuevo.


María Rivas - Periodista




Duncan Dhu | España


Con Duncan Dhu tengo una serie de recuerdos muy específicos: consisten en largos trayectos en el carro con mis papás.


Mi papá, específicamente, era quien se encargaba de la curaduría musical y tenía uno de esos estuches negros lleno de CDs pirateados que comprábamos en San Andresito y algunos pocos tesoros originales que eran los compilados que sacaban las radios y los periódicos.


En su curaduría yo no podía interceder y había momentos que sufría y otros que amaba. En los dolorosos recuerdo cuando nos fuimos oyendo un único CD de Eros Ramazzotti hasta Girardot y yo estaba detestando cada segundo y dándole la razón a "Otra Como Tú" cada vez que sonaba “no puede haber desgracia semejante”. Hasta una devuelta infinita en carro oyendo otro único CD de Maná, a quienes también les cogí fastidio por lo mismo.


Pero en los gloriosos, había CDs de compilaciones, que eran mis favoritos, especialmente de dos tipos: baladas americanas y rock en español. Y aquí es donde llega Duncan Dhu, cuya canción más famosa, "En Algún Lugar", sí o sí estaba en uno de esos CDs blancos quemados por un hacedor de milagros en San Andresito. La canción compartía espacio con temas de Hombres G, Enanitos Verdes, La Unión y hasta Virus si estábamos de buenas.


Pero cuando empezaba a sonar "En Algún Lugar" mi papá siempre le subía el volumen. Y de pronto el carro iba más rápido, y de pronto estábamos más felices los tres con mi mamá, y de pronto estábamos cantando y hacía sol y nos daba risa y la vida era un tris más fácil en ese corsa yendo a algún paseo que ya no recuerdo.


Y el carro luego se vendió y se compró otro y los CDs se volvieron playlist y a mis papás le han ido pasando los años igual que a mí, pero cuando suena ese tema el tiempo se devuelve y siempre estamos en un carro yendo a algún lugar, a cualquiera, pero un poquito más felices.


Lastimosamente no voy a poder subirme a ese carro en esta edición del Festival Cordillera, pero si pueden, grábenme esa canción y me la envía para mandársela a mis papás por WhatsApp. Y en general vean a Duncan Dhu, sin dudas tienen más temas y en mi exploración me han gustado mucho también.


Alejandra Medina Nocua - Editoria audiovisual


LA MOSCA Tse Tse | Argentina


Recuerdo el día que mi hermano llegó a mi casa con el Vísperas de Carnaval de La Mosca Tse Tse. Eran los inicios de los dosmiles, se lo había ganado en un programa de CityTV que se llamaba YanKemPo  y que conducía Simona Sánchez. La primera vez que lo puse en el equipo de sonido de la casa que tenía una bandeja giratoria para tres discos, algo se movió en mí. Era, en efecto, una víspera de carnaval, con pitos, vientos  y una orquesta percutiva alegre que prendía todo alrededor con sus cantos que parecían arengas de barristas…”yooooo, te quiero daaaaaar, algo de corazóoooon, íremos a celebraaaaaar, hasta que el mundo se abra en dooooooss”, seguido de canciones de tusa cortavenas como “Para no verte más”, o “Gira el ventilador”. A esa edad no sabía nada del amor, pero las cantaba como si me doliera, como si de verdad fuera a romper sus fotos y quemar sus cartas para no verla más… Durante años fueron una de mis bandas favoritas, pero nunca los he podido ver en vivo, por eso su show de este sábado 13 de septiembre en el Festival Cordillera, será la reivindicación, la revancha, el desquite finalmente, junto a una de las bandas que marcó mi infancia y con la que me fantaseé tantas veces cantando “Todos tenemos un amor” o “Te quiero comer la boca” o “Los amores se van”, ahora que ya estoy grande y he pasado varias tusas. 


Sebastián Narváez Núñez - Director Editorial




Gipsy Kings | Francia


No sé por qué, pero siempre que escucho flamenco, o al menos esa fusión de rumba gitana que pegó acá, pienso que así debe sonar un lugar que no existe pero en donde siempre está atardeciendo y te sale la barba perfecta.


Tal vez es culpa del Jorobado de Notre Dame, que retrata a los gitanos como esa población fiestera y misteriosa que le muestra el culo a la realeza europea (sin mencionar la belleza de Esmeralda, la lovebomber que engatusó a Cuasimodo); o los recuerdos de escuchar con mi tía el CD quemado de ella, que incluía Antes Muerta que Sencilla, Toma que Toma, El Baile del Gorila, De Pata Negra, y algunos otros temas de esa ola flamenca/gitana/pop española que fue tendencia a inicios de los 2000; o la nostalgia de los álbumes de Chambao, Bebe u Ojos de Brujo que escuchaba cuando mi hermana me prestaba su ipod para ir al colegio; o de pronto por las repeticiones interminables de los discos que ponía mi padre durante los viajes por carretera, que además de tener el popurrí completo de Merengue Mix 2, algunas salsas y rocksitos en español, tenía las canciones famosas de Gipsy Kings, que cantaba con toda la emoción posible sin saberse del todo las letras. O también puede ser culpa de A Mi Manera el cover que tienen de My Way de Frank Sinatra, que siempre me recuerda a mi hermano que la toca en la guitarra cada vez que puede en encuentros familiares; o en últimas el mítico cover de Hotel California que aparece en la inolvidable escena de Jesús en el concurso de bolos del Gran Lebowski, una película que alimentó en su momento mi deseo jóven de querer trabajar en el mundo audiovisual; O incluso por escuchar Ingobernable, la reciente colaboración de Gipsy Kings con C. Tangana, que además de tener un videoclip hecho por uno de mis referentes más grandes de video español, me hace sentir como que con la música española nadie envejece. 

O puede ser que simplemente tienen canciones bonitas, ni idea.


En cualquier caso le tengo un cariño especial a esta música y a esta banda, y este sábado 13 de septiembre en el escenario Cordillera, vamos a poder ser parte de esta tierra prometida, al menos durante la presentación de Gipsy Kings. Así que ven con nosotros, lleva tu pandereta, tu candonga, y tu botella de trago, que con esa música nunca da guayabo.


Juan Esteban Quintero - Editor Audiovisual




Gondwana | Chile


En el colegio tenía fama de casposo porque en octavo me gustaba el rocksito, un poco de glam, un poco de rocksito en español, un poco de neo punk, luego en noveno me gustaba más bien el ska, en décimo el reggae y en once ya lo que fuera, incluido el tropipop. Eran los tiempos de las culturas urbanas, donde el metacho no podía escuchar reggaetón, y todos se la montaban a los emos y a los floggers, culturas de las que por ser naturalmente crespo nunca me sentí plenamente identificado. Sin embargo, sí me acuerdo que en la época dorada del reggae en Colombia íbamos con mis amigos a los últimos rastazos en la plaza Ché de la Nacho, los Tortazos, Rock al Parque, cualquier toque, en cualquier plazoleta de Universidad. Tanta fue la fiebre del reggae que finalmente con un grupo de amigos decidimos montar nuestra propia banda en el barrio y con amigos del colegio. Como no teníamos mucho que decir a esa edad, montábamos covers de Gondwana, canciones como “Antonia”, “Sentimiento Original”, y “Verde, Amarillo y Rojo” que en la voz de Quique Neira se inmortalizaron. Ya de grande pensaba “qué boleta esa época de delirio rastamán”, pero puse dos o tres canciones y volví a esa época dorada del peche a $200 y hamburguesas a $1.000 y creo que sin duda me repetiría esa época. Así que si me ven el domingo en el escenario Cocuy  gritando “Sabes que es verdad, sabes que el amor existe”, déjenme tranquilo, estaré en un flashback directo al 2008. 


Sebastián Narváez Núñez - Director Editorial




Carlos Vives | Colombia 


¿Cómo le explicas a alguien la nostalgia de escuchar Carito a los 8 años?


Difícil ponerlo en palabras. Aquella profe que nos enamoró a todos en algún momento y que se fue. Que en ese paso de quinto a sexto no volvió. La preadolescencia y la adolescencia a tope.


A Carlos Vives le puedo cuestionar casi todo, pero sobre todo: sus incansables ganas de seguir, a toda costa, sumándose a todos los géneros, casi hasta el reguetón. No banco. 


Pero lo que no le puedo criticar —y creería que nadie— es su capacidad para generar himnos. No me quiero concentrar en La tierra del olvido, porque ahí no existe discusión y no debería haberla: es arte.


Lo que sí me quiero recomendar a mí mismo (y a ustedes, queridos lectores) es abrazar a ese Carlos Vives que decide volver a dejarse crecer el pelo y nos entrega Clásicos de La Provincia, El amor de mi tierra, Déjame entrar y El rock de mi pueblo. Álbumes que mi familia tenía en CD y que amenizaron muchos de los cumpleaños y reuniones familiares a las que asistí.


Está en mi memoria ver a mis tíos y tías bailando al son de “Fruta fresca” y “Déjame entrar”, y por supuesto: “La gota fría”. Himnos que cimentaron lo que terminaría siendo una afinidad casi mágica por el tropipop. 


Nunca te perdonaré La bicicleta o Robarte un beso, pero el sábado prometo gritar tus himnos noventeros y dosmileros y dejar que salga una que otra lágrima por ese amor de infancia, por las reuniones familiares con tu música de fondo y, nada más y nada menos, por ser uno de los papás fundadores del tropipop.


Mateo Rueda - Fotógrafo



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