Tenemos que hablar del concierto de Damas Gratis en Bogotá
- Sudakas
- hace 5 días
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Más allá del repudio público que han generado los hechos de violencia que se presentaron en el Movistar Arena de Bogotá, los mensajes de solidaridad frente uno de los espacios culturales más importantes de la ciudad y la indiferencia de la producción tras el evento, lo que pasó en el concierto de Damas Gratis nos lleva a reflexionar sobre el cuidado y la violencia en espacios culturales, una línea que no podemos permitir que se cruce.

Lo ocurrido en la noche del 6 de Agosto en Bogotá, durante el frustrado concierto de Damas Gratis en la capital no puede entenderse solo como una anécdota trágica o un “desafortunado incidente logístico”. Lo que pasó en el Movistar Arena, con una persona fallecida —Sergio Blanco, integrante de la guardia Albi-Roja Sur—, decenas heridas, ataques con armas, robos, estampidas, represión, y una zona de la ciudad sitiada simbólicamente por el miedo, nos obliga a mirar más allá: a preguntarnos qué está pasando con la seguridad, la convivencia y los sentidos que se disputan en los espacios culturales de la capital.
Según una nota de El País en su edición América-Colombia, la concejala Heidy Sánchez señaló que existió una negligencia institucional, pues según ella se había advertido en las mesas de trabajo con los Consejos de Barras, donde se expusieron con claridad los riesgos que se podrían presentar riñas. “Las autoridades actuaron como si nada fuera a pasar. Se aceptaron superficialmente las recomendaciones sin implementar medidas reales de prevención, sin garantizar condiciones seguras de ingreso, y sin establecer un protocolo diferencial para el manejo de multitudes”.
Así mismo en entrevista con Caracol Radio, Luis Guillermo Quintero, gerente del Movistar Arena afirmó que “se tomarán las medidas de seguridad que sean necesarias para evitar futuros incidentes y que, en el caso de Damas Gratis, habían tenido un refuerzo de 80 personas adicionales en logística —las barras habían advertido sobre posibles disturbios en los días previos—”. Y sin embargo la tragedia sucedió.
Entonces ¿qué fue lo que falló? ¿Fue negligencia institucional que no tomó en cuenta las advertencias? ¿Se pasaron por alto los riesgos y no se tuvo previsión por parte de la fuerza pública? ¿Era necesario reforzar la logística o la seguridad en estos casos?
Lo cierto es que los disturbios desmedidos le costaron la vida a Sergio Blanco, de quien en redes sociales se dice era miembro del programa Aguante Popular por la Vida, “un luchador incansable por el barrismo social, la inclusión y la vida". Hizo parte de procesos contra la discriminación y apostó siempre por la paz, la cultura y el trabajo con hinchas con capacidades diversas”.
Tenemos que hablar de esto porque los recintos para la música, el arte y el encuentro no pueden convertirse en trincheras de guerra simbólica entre barras, ni en territorios abandonados a su suerte por promotoras que eluden responsabilidades mínimas. Hasta el momento de publicación de esta editorial ni la tiquetera (Tu Boleta) ni la productora (Rafaél Pedraza) se han pronunciado al respecto, no solamente rechazando lo sucedido, sino haciéndose cargo de lo que pasó allí y dando alguna explicación de lo que va a pasar a futuro con las personas que pagaron sus boletas y no pudieron disfrutar del evento por estos hechos de violencia.
Ni siquiera en las redes de Damas Gratis, ni el el perfil de su líder Pablo Lescano existe un rechazo categórico a lo sucedido. A duras penas una historia con pantallazos de fans lamentando lo sucedido y un “Chau Bogotá Colombia, me rompiste el corazón, muy triste por todo lo sucedido”, seguido de sus shows de hoy 7 de agosto en Miami. Tuvieron más sensibilidad Los Pibes Chorros diciendo de frente:
Y sin embargo, lo que vivimos evidencia que no basta con el mensaje musical si el entorno institucional y comercial que organiza estos eventos no garantiza condiciones básicas de cuidado, control y respeto por el público.
Tenemos que hablar porque una promotora que elimina enlaces de boletería y bloquea comentarios luego de una tragedia, no está a la altura del escenario cultural al que dice pertenecer. Porque aún no hay respuestas claras sobre devoluciones, compensaciones o reprogramaciones. Porque quienes compraron boletas, viajaron, se ilusionaron y terminaron corriendo por sus vidas merecen más que el silencio como respuesta.
Y también tenemos que hablar del propio escenario musical, de su fragilidad, de su mercantilización sin garantías, y de cómo incluso los espectáculos que deberían unir, terminan fracturando a una ciudad cansada de la violencia. No es solo el Movistar Arena. Es el sistema de producción de eventos que no escucha a los públicos, que privilegia la taquilla sobre el bienestar, que olvida que la música también es territorio, también es cuerpo, también es comunidad. ¿Qué tipo de escena estamos construyendo si no hay garantías de seguridad ni de respeto mínimo por la vida?
Tenemos que hablar porque la polarización, el desprecio por la vida, y la indiferencia institucional están desbordando incluso los lugares que antes eran considerados seguros: el escenario de un concierto, la gradería de un estadio, el andén de una calle. Esta no fue una pelea entre hinchadas, fue una muestra de cómo los códigos violentos se están filtrando y apropiando de todo, incluso del goce, incluso de la cultura.
Tenemos que hablar porque un artista que opta por el silencio o el protagonismo emocional sin una palabra de empatía ante una muerte, olvida que sus seguidores son personas reales, no solo cifras de taquilla.
La música y los espacios que habitamos para su disfrute deben ser lugares de encuentro, de abstracción de la realidad violenta que nos satura día a día, espacios en los que se filtren guerras que terminan cortándole la vida o la integridad a personas inocentes, tomándose lugares a la fuerza, arrinconando e intimidando a personas que solo querían una noche de cumbias, de esas cumbias que nos devuelven la vida, que nos atraviesan de norte a sur del continente, que nos hacen conectar con lo propio, así sea villera, chicha o sabanera. Toda nuestra solidaridad con quienes resultaron afectados por estos hechos y nuestro rechazo a que la violencia se tome espacios culturales que promueven todo lo contrario y priorizan el goce y la comunidad, sobre el miedo y la desesperanza.
¿Ustedes qué opinan?