top of page

Temporada 8 Al Aire - Episodio 2 No Rules Clan

Headerl-Logo-Sudakas-Small.png

Rock al Parque 2025: El inicio de una nueva era

  • Foto del escritor: Sudakas
    Sudakas
  • 27 jun
  • 9 Min. de lectura

La edición 29 del festival mostró cambios importantes que nos hablan de lo que puede ser el futuro de este evento icónico para la cultura, la música y la identidad bogotana.

Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_
Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_

Es la tarde del lunes 23 de junio, la lluvía le da un poco de tregua a Bogotá y el sol se alza por unos minutos sobre el Parque Simón Bolívar, en cuya plaza principal, gira uno de los tantos pogos de Rock al Parque. No sé cuántas veces en mi vida he visto uno de estos remolinos de cuerpos danzantes que se golpean entre sí; pero nunca había presenciado uno como el que acompaña la presentación del grupo español Derby Motoreta's Burrito Kachimba. 

 

Decenas de jóvenes entre los 14 y los 25 años corren con sus rostros sonrientes y los ojos brillantes. Algunos miran el remolino con nervios, respirando profundo, como dándose ánimos para entrar  tal vez por primera vez   a uno de los míticos pogos del festival. Dentro del caos: una mujer trans, que luce un vestido morado oscuro adornado con rombos violeta, lanza puños eufórica; a su lado, pasa como un destello la canosa cabeza de un hombre de unos 70 años, luego interceptado por dos adolescentes que lo abrazan felices y lo acompañan durante varias vueltas. En el medio del círculo, un hombre de rostro cubierto y saco blanco empuja su silla de ruedas entre los pies que brincan y lanzan patadas. 


Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_
Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_

La canción  mezcla de rock psicodélico, metal y flamenco acelera y la gente empieza a saltar. “Ey, ey, ey”, gritan las gargantas. Un rockero vieja escuela de mirada perdida se une a la euforia. Un punkero en sus treintas avanza en contravía, esquivando varias mujeres jóvenes de pelos de colores, caras pintadas de blanco y negro y corsés góticos. Unos metaleros con camisetas adornadas con logos inentendibles se meten moviendo los cuellos, mientras una familia mira emocionada el jolgorio. 


La euforia está en su punto máximo y cada remolino es como ver los anillos de un árbol que cuenta la historia de Rock al Parque. Desde quienes abrieron el camino, hasta la nueva generación que está heredando este espacio, comparten este acto de libertad y comunidad, donde se siente la esencia de este festival y se ve que realmente no ha cambiado, solo ha madurado. 


Rock al Parque tiene treinta años y veintinueve ediciones. Más de mil bandas se han presentado y millones de almas han vibrado con este gran encuentro. Como todo en la vida, el festival ha vivido varias etapas: Una primera de descubrimiento, de ganar espacios y abrir caminos, una etapa ingenua, salvaje y hostil. Luego llegó una etapa de transición y apertura, de formar públicos y romper barreras. De abrirse a sonidos nuevos y encontrarse de forma más consciente entre la diferencia. Ahora, el festival está entrando en una etapa de maduración, de reflexión y de cosechar las semillas que ha plantado durante tres décadas. 


La euforia está en su punto máximo y cada remolino es como ver los anillos de un árbol que cuenta la historia de Rock al Parque.

Esta edición nos mostró dos nuevos públicos: Uno son las familias, que siempre han estado, pero esta vez llegaron de forma más masiva; sobre todo el primer día pude ver muchas personas pequeñas que caminaban por los escenarios acompañados de sus madres y/o padres. El segundo es la generación post pandémica que está saliendo al mundo con ganas de devorarlo todo. 


Según cifras de DANE, en Colombia hay unos 12.6 millones de personas entre los 15 y los 25 años. De esos, más o menos 1.95 millones están en Bogotá lo que conforma un 24% de la población capitalina. A estas mentes inquietas les toca un presente muy complejo entre las redes la sociales, las tendencias, los nichos culturales, la múltiples crisis del país, el genocido del pueblo palestino, la amenza de una guerra nuclear, el crecimiento de los discursos de odio, la violencia y la discriminación. 


Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_
Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_

Pero aún así salen en masa y sin miedo. Se ponen sus mejores ropas, se pintan sus caras de blanco, negro y rosado y lo dan todo en el festival. Está nueva generación llega corriendo a ver las bandas distritales que abren, como pasó en Yo No La Tengo; se gozan los grupos aunque no los conozcan, tienen una fuerte conexión con los artistas nacionales que ya son clásicos como Polikarpa y sus Viciosas, Reencarnación o Don Tetto; pero a la vez están creando y explorando sonidos nuevos y en general se expresan sin pena en un espacio que hace tan solo diez años era muy difícil que los aceptara. 


El festival está entrando en una etapa de maduración, de reflexión y de cosechar las semillas que ha plantado durante tres décadas. 

Muchos de estos jóvenes están lejos del purismo y las caducas reglas que algunos necios intentan imponer sobre la música. Durante Belphegor, una chica en sus veintes, vestida con un short corto, mallas negras y una camiseta profana de alguna banda de black metal que yo no conocía, perreaba al compás de la batería, formando una hermosa doble blasfemia. Este nuevo público ama lo otaku, se toma selfies en medio de las presentaciones, escoge el “outfit” con cuidado, baila para TikTok; pero también se mete al pogo dejando la sangre y la piel, canta con pasión, respeta y conoce la historia de los géneros y se para duro en la cara de aquellos vetustos que los insultan desde la comodidad de las redes y les echan la culpa de que: “Rock al Parque ya no es lo que era”. 


Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_
Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_

Comentario desatinado porque desde el principio este festival se construyó como un espacio incluyente para los jóvenes de la ciudad que además busca desarrollar y dinamizar la industria musical local. Es importante nunca olvidar que Rock al Parque no solo es un mega evento, también es una política pública abrazada, promovida y defendida por la ciudadanía. Gracias a esto se ha creado un espacio comunitario, de fraternidad y libre expresión que está por fuera de la agendas políticas de los partidos. Pero que es genuinamente político en todas sus dinámicas. 


Esta edición nos mostró que Rock al Parque es finalmente un espacio seguro donde los jóvenes puede saltar en círculos cogidos de la mano durante un intervalo del escenario principal o bailar con toda la belleza, ternura e ingenuidad con la que muchos y muchas bailamos merengue en nuestra adolescencia, pero en este caso con la furia del sonido de Black Pantera de fondo, sin que nada de eso implique una agresión. 


Sin embargo, muchos de estos pelados no tienen una cultura festivalera, se dan re duro cuando consumen y son irresponsables en algunas de sus prácticas. Se los ve sin abrigo bajo la lluvia; tiritando solos, sin agua ni comida. Perdidos y desorientados viviendo con mucha rudeza innecesaria el rito de transición que puede ser este festival. 


Si realmente queremos que Rock al Parque siga existiendo, es vital empezar a pensar formas en las cuales se puede cuidar, orientar y acompañar a este público en formación. Es hermoso ver que a muchos adolescentes no les toca pasar por la misma violencia que nos tocó a muchos de nosotros y nosotras en el pasado. Que pueden ir acompañados y guiados a través de este proceso; que pueden expresar su sexualidad y creatividad sin riesgo; y a la par da tristeza ver que en ese sentido, este año, el Distrito fue indiferente y desconectado con el público. 


No hubo la misma preocupación por el bienestar colectivo que se ve en los festivales privados. 

Desde las tarimas nunca escuché un llamado al consumo responsable o al cuidado, a pesar de que bebidas alcohólicas ahora auspician la producción. 


Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_
Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_

Ni siquiera escuché una invitación a hidratarse o se habló del agua. Y sí, técnicamente, Rock al Parque ofrece un mínimo vital de agua   en una solitaria, mal iluminada y cero señalizada esquina cerca del escenario Eco había un bebedero   pero eso no es suficiente, como tampoco es suficiente que una botella cueste cinco mil pesos. 


Si realmente queremos que Rock al Parque siga existiendo, es vital empezar a pensar formas en las cuales se puede cuidar, orientar y acompañar a este público en formación.

Vale la pena preguntarse: ¿por qué si en la ciudad existen tantos esfuerzos desde lo colectivo y lo privado para crear espacios seguros, el Distrito no echa mano de ese conocimiento y trabajo para generar un mayor cuidado en Rock al Parque? Es curioso que armen dos corrales para que la gente haga fila y compre “pola legal”, y que no haya ni un solo espacio de reposo, recuperación y orientación. Pareciera que esta administración no ha entendido que fomentar el consumo responsable no es lo mismo que fomentar el consumo en general.


Lo que sí hubo, fue un llamado a hacer silencio. La excusa, disminuir la contaminación sonora, pero no estamos en tiempos de quedarnos callados y menos en un espacio donde la idea es gritar y sacar todo lo que nos deja el peso de los días y su compleja realidad.  


Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_
Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_

El festival va mucho más allá de la música y los artistas, es la representación de Bogotá, es de los pocos espacios donde las 20 localidades y los seis estratos conviven y gozan en paz. Esto sucede en parte gracias a la formación de públicos y la cultura creada en torno a los eventos privados y la agenda de Idartes; pero lo que considero que más impacto tiene son las iniciativas autogestionadas, las fiestas en las calles y los espacios tomados y ganados. El trabajo de iniciativas como Bogotrax o de varios colectivos y parches como el de los soundsystem  que sonaron en el nuevo espacio que se probó esta edición, han contribuido a crear esa cultura de trabajo colectivo, de cuidado mutuo y de respeto, que trasciende los días del evento y marca el ADN musical de la capital.   


Este festival impacta a la ciudad mucho más allá de los días de eventos, es algo que de alguna forma se siente todo el año y por eso es importante reflexionar acerca de que está en un momento de cambio y se necesita que la administración de la ciudad lea esto con cuidado y atención, porque este no puede ser un evento que se tiene que hacer porque toca. Pero también se necesita que aquellos que se creen dueños de la música empiecen a aceptar la nueva era y las rupturas y fortalecimientos que propone. 


El cartel nos muestra un poco de lo que puede ser el futuro pero toca tener la capacidad de balancearlo. Si bien fue muy positivo ver cómo las bandas más nostálgicas se reencontraron con su gente y se presentaron frente a un público neonato que los ha esperado por años, el festival no se puede volver un cementerio de elefantes. 


Da gusto ver que el apoyo a lo local no solo crece sino que da frutos. De las 20 bandas distritales ví por lo menos la mitad, y aunque algunas no me gustaron, todas presentaron shows de alta calidad. Esto nos muestra que Rockal sigue siendo un espacio para descubrir y crecer, por eso no pueden haber tantas repitiendo. 


Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_
Todas las fotos por: Julián Urrego @_vagomundo_

Sin duda la tendencia de apoyar lo emergente unido a lo clásico es un buen camino no solo para darle calidad al público, sino para mantener el festival en un momento en el que la industria local es fuerte, la oferta y demanda de eventos en vivo es enorme y la calidad de los espectáculos crece y crece. Es interesante ver como el pop también ha entrado, pero no se puede seguir desplazando al punk, el reggae y el ska, que año tras año parecen quedar más relegados. 


Lo que sí no ha logrado Rock al Parque en tres décadas, es tener un buen sonido. ¿Hasta cuándo los escenarios van a sonar tan mal como lo hacen? Con bajo volumen, pésima ecualizados y daños constantes. Ya es hora de hacer algo al respecto. Como también es hora de ver la forma de transformar el área de acreditaciones, que es la queja general de todos los años. 


Al final lo que me queda de esta edición es la esperanza. Una joven de 24 años y ojos cafés muy claros me dijo que, a diferencia de otros años, esta vez no sintió miedo. En un 2025 que ha sido muy difícil, este tipo de cosas nos muestra que aún se puede bailar, ser feliz y convivir en paz. En tiempos en los que tantas voces de distintas orillas manosean las Constitución para justificar sus delirios, Rock al Parque muestra que sí es posible cumplirla. Sin darle muchas vueltas, sin tecnicismo, sin jugaditas, simplemente estando, compartiendo, tolerando, disfrutando. 


Rock al Parque es un triunfo de la gente, es el alma de Bogotá hecha música y tiene un futuro que pinta emocionante. Sin importar que pasé en los años venideros, el festival existirá porque ya es parte del corazón de la capital. 






 



 
 
 

Comments


bottom of page