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Temporada 8 Al Aire - Episodio 6 | 2AT

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La noche que Jeff Mills bajó el cosmos a Bogotá

  • Foto del escritor: Kelly Aljure
    Kelly Aljure
  • 16 oct
  • 7 Min. de lectura

Lo que ocurrió la noche del 11 de octubre en Bogotá no fue una suma de géneros. Fue una alquimia. El jazz, el techno y el afrobeat no se mezclaron: se reconocieron. Se escucharon. Se dejaron transformar. Los instrumentos —máquinas, tablas, teclados— no fueron herramientas, fueron cuerpos,  medios, portales. Y el público, sentado, bailando, contemplando, fue parte de ese organismo sonoro. Cada visual proyectado sobre el domo no ilustraba la música, la expandía a través de los sentidos. Las constelaciones digitales, las partículas flotantes, las geometrías en movimiento eran extensiones del sonido. Como si el universo mismo estuviera improvisando con ellos.


Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES
Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES

Son las 9:05 de la noche del sábado 11 de octubre. El frío capitalino invita a buscar refugio, a abstraerse del trancón, del caos, pero también del clima. Mientras los primeros destellos de una constelación se abren sobre el domo del Planetario de Bogotá, tres figuras emergen en el centro del domo. No hay telón ni escenario: hay inmersión. El espacio se transforma en un templo donde imagen, sonido y el cosmos se entrelazan en un viaje a través de los sonidos futuristas del techno, la percusión ancestral y la armonía. Lo que sigue no es un concierto tradicional. Es una experiencia sensorial que desborda formatos, donde la música se proyecta en 360 grados y las visuales en tiempo real dibujan constelaciones, partículas y geometrías que evocan infinitos astros. La propuesta musical integra saberes de distintas tradiciones con recursos tecnológicos contemporáneos, convocando al público a un trance colectivo entre lo sintético y lo orgánico.


En el centro de esta estructura, tres músicos de talla internacional ensamblan elementos analógicos y digitales en una ejecución conjunta. El diálogo intercultural entre Jeff Mills, Prabhu Edouard y Jean-Philippe Dary, sostenido por la improvisación, consolidó una apuesta sonora que se inscribe en la transformación del Domo del Planetario como venue musical.

Aunque tradicionalmente dedicado a proyecciones astrales y ejercicios científicos, el Domo ha venido coqueteando con la música desde hace algunos años, con conciertos láser dedicados a Soda Stereo o AC/DC, y presentaciones de artistas como Delfina Dib, Ela Minus, Frente Cumbiero o Juana Aguirre. Esta jornada, sin embargo, llevó la experiencia inmersiva a otro nivel: una integración radical entre imagen, sonido y espacialidad que reafirma al Planetario como escenario para la música contemporánea y experimental en Bogotá.


Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES
Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES

La santa trinidad: 


Jeff Mills, Prabhu Edouard y Jean-Philippe Dary no llegaron al Domo del Planetario como tres músicos. Llegaron como una pléyade: cada uno con su órbita, su pulso, su historia. Esa noche, sus trayectorias se entrelazaron en una sola frecuencia sonora que transformó el espacio en un cuerpo vivo, donde lo espiritual se volvió palpable.


Mills, conocido como “El Mago” de Detroit, referente del techno y miembro fundador del colectivo Underground Resistance, ha sido una figura clave en el desarrollo del género como forma de reivindicación política y social.  Esta noche debajo de ese cosmos que se reproducía en todo el lugar, no solo programó secuencias: las tejió como quien borda el tiempo. En el centro del domo, sus sintetizadores marcaban el ritmo, abrían portales. Cada loop era una pregunta lanzada al cosmos. Cada break, una grieta por donde se colaba la memoria del techno como lenguaje de resistencia. En el Domo del Planetario, esa noche, se tejió una nueva historia que trasciende más allá de las máquinas y las secuencias.  Mutó el rol de DJ o productor para convertirse en médium de un ritmo que viene de lejos, de las fábricas de Detroit, de las luchas por la dignidad negra, de la ciencia ficción como herramienta de emancipación. 


A lo largo de su trayectoria, Mills ha llevado el techno más allá del ámbito del club/fiesta, colaborando con agrupaciones y artistas de distintos contextos. Esto le ha permitido desarrollar proyectos como The Planets y, más recientemente, Tomorrow Comes The Harvest, en diálogo con tradiciones musicales africanas y bajo una filosofía de improvisación libre como método compositivo.


Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES
Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES

Este último proyecto, gestado junto al baterista de Fela Kuti y el referente del afrobeat, Tony Allen y el tecladista Jean-Philippe Dary, parte de la idea de que la música puede surgir sin planificación previa, como una conversación entre pulsaciones humanas, intuiciones y atmósferas compartidas. Mills ha descrito este proceso como una búsqueda de equilibrio entre los músicos, donde la tecnología no domina, sino que acompaña. En Bogotá, esta premisa se materializó  en la propuesta sonora en la que lideró un trance de máquinas, sintetizadores y secuencias programadas en tiempo real, complementando la transición rítmica con elementos de percusión. Durante toda la noche ´El Hechicero’ nos embarcó en una transición que encajaba perfectamente en interacción con domo, el cosmos, lo etéreo de la música y la vez lo fuerte de la raíz que se ancla en las percusiones.


A su lado, Prabhu Edouard acariciaba la tabla como si fuera un corazón. Cada golpe sobre la membrana de este instrumento de tradición indostaní conectaba con el presente. No tocaba para mostrar técnica: tocaba para sostener el aire, para que el silencio entre nota y nota se volviera espacio de encuentro. Su ritmo era métrico, sí, pero también espiritual. Como si cada patrón tejiera un puente entre el cuerpo, el alma y el espíritu del público. Convirtiendo el cuerpo del domo en un templo devocional, cada golpe intensificaba el despertar de los asistentes. Como si todo ocurriera en cámara lenta, el espacio se suspendía y las memorias milenarias —latentes en el ritmo— recobraron vida.


Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES
Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES

Jean-Philippe Dary tocaba el teclado y lo encarnaba a la vez, como si fuera parte esencial de su respiración. Sus armonías no eran fondo: eran piel, hueso, coyuntura, bisagra. Conectaban el groove del afrobeat con la improvisación jazzística, y lo hacían desde una escucha consciente y orgánica. Dary no llegó solo al Domo del Planetario: llegó con la memoria viva de Tony Allen, con quien compartió más de dos décadas de creación. Juntos, Allen y Mills iniciaron Tomorrow Comes The Harvest, un proyecto que no fue solo una colaboración, sino una conversación entre dos mundos: el pulso ancestral del tambor africano y la arquitectura futurista del techno. Como resultado de esto su disco homónimo de 2018 dejó para la posteridad el encuentro de dos figuras de la música negra. Dary fue testigo y partícipe de ese diálogo, y en Bogotá, Mills lo reactivó. No como homenaje, sino como continuidad. Dary completa esta trinidad musical como tecladista y productor franco-guyanés, aportando la estructura melódica y el pulso armónico que sostuvo el diálogo entre percusión y electrónica.


Lo que ocurrió esa noche no fue una suma de géneros. Fue una alquimia. El jazz, el techno y el afrobeat no se mezclaron: se reconocieron. Se escucharon. Se dejaron transformar. Los instrumentos —máquinas, tablas, teclados— no fueron herramientas, fueron cuerpos,  medios, portales. Y el público, sentado, bailando, contemplando, fue parte de ese organismo sonoro. Cada visual proyectado sobre el domo no ilustraba la música, la expandía a través de los sentidos. Las constelaciones digitales, las partículas flotantes, las geometrías en movimiento eran extensiones del sonido. Como si el universo mismo estuviera improvisando con ellos.


Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES
Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES

Entre lo sintético y orgánico, lo espiritual despierta y toma fuerza


La música que emergió durante la velada no obedecía a géneros. Fue un diálogo intercultural entre saberes, conocimientos y sentires. Lo sintético y lo orgánico borraron las fronteras entre las máquinas y la diversidad de los cuerpos; el pulso digital y la respiración ancestral fusionan sonidos y propuestas curatoriales inéditas que, a través de la música, cuestionan el racismo, la segregación y las lógicas de exclusión.


Pero más allá de la fusión sonora, lo que ocurrió fue una experiencia espiritual. Cada propuesta musical se convirtió en una amalgama de saberes que, al ser transmutados por el sonido, dieron lugar a una travesía inmersiva donde el tiempo se suspendía y el espacio se fundía con el cuerpo. El público —sentado, bailando, contemplando las transiciones y las curvas entre instrumentos, sintetizadores, tambores, tablas, piano y consolas—transformaba la energía en un ritual. Lo material —las máquinas, los cables, los cuerpos— se volvió vehículo de algo más profundo. Como si el sonido, al vibrar en 360 grados, activará zonas dormidas del alma. Fue una forma de meditación colectiva. Un trance sonoro que liberó a los asistentes del caos cotidiano, cauterizó heridas invisibles y despertó partículas de los antepasados que no estaban vivas. Cada frecuencia parecía tocar fibras del cuerpo que antes parecían no sentirse con otros sonidos . 


Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES
Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES


El concierto consolidó un formato que articula influencias de Asia, África y Europa. Pero más allá de las referencias musicales, fue Bogotá —y concretamente el Domo del Planetario— el escenario donde estas tradiciones convergieron. La ciudad no solo recibió una propuesta artística de alcance internacional, sino que se posicionó como punto de encuentro del Sur Global, habilitando un espacio para el cruce de lenguajes musicales, tecnologías y memorias rítmicas. Y esa noche, ese cruce no fue solo estético: fue espiritual. Fue sanador. Fue ancestral y fue único.


Este suceso marcó un punto de inflexión en la programación cultural de Bogotá. Si bien el Domo del Planetario ha venido explorando formatos inmersivos desde hace años —con conciertos láser dedicados a bandas icónicas y presentaciones inmersivas de la Línea de Arte, Ciencia y Tecnología con La Quinta del Lobo, Colectivo Aurora y Domo Lleno—, la jornada del 11 de octubre llevó esa búsqueda a otro nivel. No fue la primera vez que la música habitó el domo, pero sí una de las más radicales en cuanto a integración de imagen, sonido y espacialidad.


El Domo del Planetario fue un útero: allí se gestó la posibilidad de crear nuevas apuestas. A través de la música, arropó al público que, motivado por el interés individual, se transformó en un encuentro colectivo. La tecnología fue apenas un apéndice; el corazón, la energía vibrante de los asistentes; el cerebro, la magia de la composición en vivo.Todo recordaba que la música, más allá del consumo, es un campo que debemos habitar: desde el cuerpo, para el cuerpo.


Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES
Foto por: Juan Santacruz | Cortesía de IDARTES

 

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