Massive Attack en Bogotá: entre la desesperanza y la bondad humana
- Alejandra Medina Nocua

- 6 nov
- 4 Min. de lectura
La noche del 5 de noviembre, Bogotá fue testigo del regreso de Massive Attack tras quince años desde su última visita. Durante dos horas descargaron en la capital colombiana no solo un repaso por su discografía, sino un arsenal de preguntas, cifras y altas dosis de realidad global que nos hicieron comulgar con la desesperanza, pero sobre todo con la bondad humana en tiempos de guerra, hostilidad y muerte.

El show empezó pasadas las nueve de la noche, sin teloneros que les merecieran el show y terminaron de tocar sobre las once de la noche. Prácticamente dos horas de academia, preguntas, cifras y los sonidos que queríamos escuchar.
Empezaron duro, poniendo títulos de noticias. Que “Petro se le enfrentó a Trump”, que “Greeicy la cagó”, que un montón de gente hizo una u optra cosa, y esa es una parte fundamental de la premisa del show: que estamos enfrentados a un montón de información todo el tiempo, información que nos distrae.
De ahí en adelante los visuales cuentan una historia imposible de ignorar y tan protagonista como las canciones que han trascendido y ganado relevancia en el tiempo. Para Robert Del Naja es fundamental narrar esta historia rigurosamente y si quieren saber más de eso hay un artículo de Crack Magazine que lo cuenta mejor que lo que yo lo podría citar. Pero es que uno quisiera volver a contar todo el show, describir cada detalle, cada guiño, cada trozo de información que recibimos, desde el inicio mostrando al mono usando Neuralink hasta el final; pero es un despropósito narrar parte por parte, el show ya está completo en YouTube y sirve como un documento de consulta. Aún así, es importante resaltar cuando entra Elizabeth Fraser como si se tratase de una aparición y comienza a cantar. Cuando ella canta, el tiempo se detiene, las distracciones cesan, todos escuchamos, todos atendemos cada palabra que sale de su boca.
La historia que nos cuentan es fatídica: imágenes de IA mostrando a Trump en su Gaza soñada, Elon Musk en una lluvia de billetes, Zug enriquecido a costa del Congo, cifras imposibles de memorizar, una tras otra, hablando de la crueldad inmunda a la que Palestina se ha visto sometida.En ese momento Deborah Miller interpreta preciosamente “Safe From Harm” y en el drop de la canción vemos el total de la cantidad ridícula de dinero que Estados Unidos le ha puesto encima a Israel desde 1946 hasta 2025. Hasta suena “Levels”, de Avicii, que me hizo preguntarme si ellos saben qué le pasó a él realmente y si fue “la víctima del sistema”, que mencionan en Reddit.
Entre toda la historia, una parte da una esperanza rara y escondida. Hay un cover de “ROckwrok” de Ultravox donde en la pantalla se muestran muchísimas teorías conspirativas y se plantea la pregunta de si las teorías son también estrategias de distracción. Así mismo se plantea la premisa: “La sospecha es otra forma de control”.
Lo anterior me descolocó mucho, siendo una persona susceptible a las conspiraciones, que factcheckea todo, que no cree en las bondades de la inteligencia artificial e intenta constantemente salir de la mayor cantidad de cajas posibles. Pero a medida que pasaba el concierto, solo podía pensar más en eso. En cómo todo parece ser una distracción de la distracción de la distracción y así infinitamente.
Embebidos en esa distracción, se nos olvida el sufrimiento fundamental entre las miles de luchas mínimas y gigantes que vivimos a diario. Y es imposible no confundirse y sentirse hipócrita en un punto por eso mismo. Porque al final del día uno está viendo a Massive Attack y gritando “Free Palestine” sin saber de cuántas maneras uno está apoyando sin querer el genocidio, usando quién sabe cuántos servicios de empresas que de algún modo tienen que ver con Israel.
Después de haber pensado todo lo anterior, de haberme cuestionado, de haber aprendido, de haber bailado, de reírme con mi amigo porque estábamos prendos y acalorados en la última esquina del Movistar Arena, solo quedaba sentir el último abrazo de Fraser en “Teardrop”, uno de los pocos momentos donde las pantallas se apagan y solo vemos las luces (que nosotros, siendo fans de barricada, nunca las habíamos apreciado tanto estando al fondo).
De repente se acaba el concierto. La gente está eufórica y aplaude. Comienzan a prender las linternas del celular. Yo también me uno porque siempre me ha parecido que se ve lindo. A lo lejos veo a Daddy G que también desde el escenario prende su linterna, como diciendo que ahí también está él, están ellos, con nosotros, que estamos juntos en esto.
Y yo vuelvo a la conclusión en la que vivo hace un rato: que es muy difícil cambiar el mundo si uno no se lo ha propuesto a estas alturas, que posiblemente, por mera estadística, de pronto uno no sea la persona que acabe la guerra, pero que reconocer al otro, educar, aprender y en general ser amable con quien uno tiene al lado puede hacer las cosas un poquito mejores. Que uno por estar tan obsesionado con ser correcto en lo más que pueda, olvida lo más fundamental que es ser lo mejor que uno puede ser con los demás y eso no es tan difícil.
Yo no creo que haya visto nunca un show como el de Massive Attack en mis 30 años y me siento profundamente afortunada de haberlo vivido así me haya dejado con el corazón roto; pero así mismo me da esperanza y fuerza para ser más amable, para intentar un poquito más, para literalmente salir a tocar pasto y no dejar que las redes me coman del miedo. De corazón no sé muy bien cómo podemos liberar al Congo, a Sudán, a Palestina, a Europa del gobierno neocolonial o a Colombia de la guerra infinita, pero al menos si podemos ser amables y construir comunidad de a pocos, podemos vernos en el otro y tratarnos con bondad; ahí para mí ya hay algo y así no siempre sea suficiente, es mejor que nada.





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